El dicho -ya en desuso- ha llegado hasta nosotros gracias a una intercambio epistolar entre don Fernando León y Castillo y don Benito Pérez Galdós. Nuestro escritor más universal se lamentaba en su misiva al entonces embajador de España en París sobre las dificultades para publicar su novela Nazarín en Francia. En la respuesta le aconsejaba don Fernando a su amigo don Benito: "No olvides aquella norma de conducta de los maúros de Canarias: paso de buey, tripas de lobo y hágase el bobo".

El axioma zoopedagógico trata de aleccionar en un comportamiento que tanto nos caracteriza a los canarios y que tan buenos o malos resultados -según se mire- ha cosechado a lo largo de la historia. El paso de buey es el andar manso y con cabeza gacha, 'mirando pa' bajo, pa'l piso', sin rechistar, como adormecido y sumiso. Es paradigma de docilidad y domestiqueza en la instrucción y conducta que refleja quien no se atreve a alzar la vista por temor a que el gesto pueda ser interpretado por el arriero que dirige la yunta como signo de rebeldía o indicio de emancipación. Así pues, el paso de buey es 'tirar pa'lante', cabizbajo y sin rechistar.

Desarrollar una tripa de lobo es aprender a tragarse lo que a uno le echen, dicho en pocas palabras. Tragar sapos o comulgar con ruedas de molino si hace falta, aunque a veces te atragantes o te indigestes. Calladito a la boca, por si acaso.

Hacerse el bobo es 'atorrarse', quedarse quieto, inactivo, callado, viéndolas venir; hacerse el tonto, como quien 'no entiende de esas cosas' o no sabe nada.

Este aforismo tricótomo viene a sugerir, pues, un modelo de comportamiento caracterial y congénito: el de la sumisión socarrona que ha adiestrado en un modus de sobrevivir al isleño. Cuya máxima es no despuntar, pasar inadvertido, para que lo dejen a uno tranquilo.

Puede ser tachado de conformista y sumiso el 'aplatanamiento' pertinaz que se nos atribuye desde fuera, pero no deja de ser inteligente en el statu quo de nuestra experiencia vivencial colectiva. Pues si de sobrevivir se trata, éste se ha mostrado como un modo eficaz en el curso de la historia. Las mata callando, se suele decir para referir el carácter socarrón del canario por antonomasia: nuestro hombre del campo. Que ha encontrado en la actitud de fingida sumisión, en el tragar cuando hay que tragar y en simular ser tonto, un modo de resistencia natural ante las vicisitudes impuestas por el destino.

(*) ©Luis Rivero