La Provincia - Diario de Las Palmas

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ANÁLISIS

La Guerra en Filipinas y el Sitio de Baler

A l otro lado del planeta, en el borde occidental del Pacífico, España mantenía a finales del XIX una serie de territorios isleños cuya pérdida de jurisdicción, junto a la de Puerto Rico y Cuba, formaría parte del conocido como Desastre del 98, punto y final a un aciago e infausto siglo. El conjunto archipielágico que constituía Filipinas por un lado y la Isla de Guam por otro formaban parte pues de los últimos territorios españoles de ultramar. Testigos históricos de lo que antaño fue un océano considerado como "el lago español" y reminiscencias de exploraciones y conquistas en las antípodas.

Como ya ocurriera en otras provincias españolas americanas, en Filipinas comenzaron a lo largo del XIX una serie de revueltas y conflictos entre la administración y ejército españoles y los insurgentes locales. A lo largo de la última década de ese siglo la disputa por esas miles de islas se fue acrecentando, hasta que a finales de 1897 el Pacto de Biak-na-Bató llegó a apaciguar las aguas. Este tratado trajo consigo la reducción considerable de las rebeliones y, con ello, la salida de tropas españolas del archipiélago. Por esa razón, las labores defensivas militares se fueron relajando en los meses siguientes y los cuatro centenares de hombres que custodiaban Baler, un pequeño poblado cercano a la costa oriental de la Isla de Luzón, fueran relevados por una guarnición de apenas unas decenas de efectivos. Pero con el paso de los primeros meses del 98 la situación se complica.

España entra en guerra contra los EEUU y estos, que luchaban en el Caribe por la toma de Cuba y Puerto Rico, rearman y financian a los insurrectos filipinos, cuyos cabecillas habían exiliado a Hong-Kong, volviendo estos a actuar contra el destacamento español.

Mientras todo esto sucedía, a mediados de febrero de ese renombrado año 1898, una guarnición de unas pocas decenas de hombres, pertenecientes al Batallón de Cazadores n º2 y bajo el mando del Capitán de Infantería Enrique de las Morenas y Fossi, llegaba a Baler, a bordo del vapor Compañía de Filipinas. A finales de junio, sumidos en el pleno desconocimiento de la nueva situación política y bélica en las islas, los tagalos comienzan a atacar a la cincuentena de militares que allí se asientan, la defensa del sitio se hacía cada vez más necesaria. Así, el 30 de ese mes, tras una dura emboscada, la guarnición del Capitán de las Morenas decide refugiarse en la Iglesia de San Luis de Tolosa, el edificio más fortalecido de todos los que existían en el poblado en ese momento, (había sido construido con gruesos muros exteriores ya que la anterior parroquia llegó a ser destruida por un tsunami años antes).

De esta manera, ajenos a la realidad, con Filipinas ya independizada desde varios días antes, el 12 de junio, comenzaron una defensa numantina de su modesto fuerte durante 337 largos y tediosos días, hasta el 2 de junio de 1899. Racionaron las municiones y, por supuesto, la comida. Tenían una relativa buena despensa de garbanzos, arroz y latas de sardinas, pero a medida que fueron pasando los meses tuvieron que basar su dieta en hierbas y matas cocidas, ratas, serpientes, lechuzas, perros y todo bicho viviente que discurriera por esos reducidos lares.

Durante esos 12 meses de asedio, concluyó la Guerra Hispano-Estadounidense al firmarse el Tratado de París el 10 de diciembre, comenzó otra en febrero siguiente entre los EEUU y Filipinas, que duraría hasta 1902, y España, mientras, trataba de liberar a aquellas decenas de compatriotas sitiados en una humilde iglesia, que pasarían a ser reconocidos popularmente en la historia como Los últimos de Filipinas. Durante esas 50 semanas de los 60 hombres, entre militares, sanitarios y religiosos que se refugiaban en Baler, 15 murieron de beriberi o disentería, 2 por heridas de combate, 6 desertaron y 2 fueron fusilados tras ser declarados culpables de intento de deserción.

Dentro de la ilustre lista que componen los 35 supervivientes del sitio de Baler aparecen cuatro canarios. De Fuerteventura dos de ellos: Eustaquio Gopar, quien sobreviviría al asedio y llegaría años más tarde a ser alcalde de su pueblo, Tuineje, y Rafael Alonso Mederos, de La Oliva, que fallecería de beri-beri el 8 de diciembre de 1898. De Las Palmas era oriundo Manuel Navarro de León, que sucumbió igualmente a consecuencia del beri-beri el 9 de noviembre. Y de Tenerife, el lagunero José Hernández Arocha, quien, como Eustaquio, llegaría a resistir ese año de cerco y regresaría a su isla tras el asedio.

Todos los supervivientes y los desventurados que allí dejaron su vida fueron, son y deberán de seguir siendo valorados como héroes. Su fuerza, honor y servicio lo merecen. Gracias a ellos, considerados tras el sitio como "amigos" por parte de los gobernantes Filipinos, ondeó hasta el 2 de junio de 1899 la enseña española en Baler, la última bandera rojigualda que flameó en ultramar.

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