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Teatro 'Reikiavik'

Post-mortem eterno

Es todo un tópico comparar el mundo con un tablero de ajedrez y a la humanidad con las piezas que juegan una partida en la que inevitablemente unos perderán y otros resultarán ganadores, así que lo realmente innovador seria imaginarse a dos personajes condenados a jugar la misma partida eternamente. Si para colmo esta fuera una competición de ajedrez, entonces se lograría convertir la metáfora que describe un término real, la vida, con uno imaginario, ese juego de mesa, en una reflexión metaficcional en la que ambos fuesen el mismo, el ajedrez. Para ello nada mejor que elegir un campeonato del mundo como el que se libró en Reikiavik en 1972, ya que fue único por varias razones que no tenían que ver con el tablero. Primero por ser un enfrentamiento entre dos titanes considerados invencibles, Bobby Fischer y Boris Spassky, y segundo porque suponía el duelo entre Estados Unidos y la invulnerable organización ajedrecística soviética, que había engendrado todos los campeones y subcampeones mundiales desde hacía veinticinco años. No era de extrañar que se llamara la partida del siglo.

De este modo conocemos todas las fobias y manías de cada uno de los jugadores, sus vidas, sus secretos más íntimos, sus obsesiones, como por ejemplo un común antisemitismo a pesar de ser ambos de origen judío. La partida se convierte en una interesante disección de la mente de dos genios al borde de la locura, pero lo más destacable es que esa pareja que recrea una y otra vez un acontecimiento deportivo de proporciones míticas se convierte en una imagen de la vida cuando uno explica que interpretan a Fischer y Spassky porque es más fácil vivir la vida de los demás. Es lo que hace todo el mundo, con la única diferencia que ellos lo saben.

Reikiavik está repleta de deliciosas referencias políticas y culturales que pueden pasar desapercibidas al espectador que no conozca ciertos detalles la literatura rusa o la geopolítica de la Guerra Fría, como cuando se hace una fugaz alusión a la implicación de Henry Kissinger en la organización del golpe de estado en Chile de 1973 o lo que suponía que a Spassky le encontrasen un ejemplar de El maestro y Margarita, novela publicada veintiséis años después de la muerte de su autor y que en la Unión Soviética de aquel entonces sólo se podía conseguir clandestinamente.

Juan Mayorga ha escrito y dirigido una pieza teatral fascinante que con la más que apropiada interpretación de César Sarachu, Daniel Albaladejo y Elena Rayos, convertida en un muchacho perdido, habla sobre ajedrez, la Guerra Fría y dos hombres que se reúnen para realizar un eterno post-mortem, expresión ajedrecística que designa el análisis de una partida finalizada, conducido por uno o ambos jugadores o por los espectadores, recreando un duelo que les fascina, pero sobre todo trata de aquellos que viven otras vidas para huir de las suyas. Don Quijote fue uno de ellos, que equiparó el teatro con un espejo que nos hace ver las acciones humanas y al final acaba, como concluye la vida, a lo que Sancho le contestó comparando el teatro con el ajedrez, cuyas piezas, una vez que finaliza el juego terminan en una bolsa, "que es como dar con la vida en la sepultura".

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