Ala hora de servirse un pastelito, A.R. escoge el más grande. Por lo que S.B. cree oportuno echarle en cara su actitud egoísta. A lo que replica A.R.
-¿Entonces tú qué hubieras hecho?
-Escoger el más pequeño, claro.
-¿Pues de qué te quejas, si te saliste con la tuya?
Puestos a repartir, me quedo con el sistema introducido en su día por los egipcios cuando los ingleses les ayudaban en sus excavaciones arqueológicas. Los británicos reunían los objetos de valor hallados durante la jornada. Acto seguido repartían la "cosecha" en dos montoncitos, y los egipcios escogían uno de ellos. Y los ingleses se quedaban con el otro. Por la cuenta que les traía ya se encargaban de equilibrar el valor de ambos lotes.
Y hablando de repartos me viene otro ejemplo a la memoria. Al preguntar en una tienda de delicatessen por un paté de alondras se sorprende el cliente del precio muy razonable por tan codiciada exquisitez. A lo que le replica el dependiente que el pastel de alondras también lleva caballo.
Ah, claro, así sí. ¿Y en qué proporción?
Mitad y mitad.
Bueno, pues tampoco está tan mal.
Sí señor, un caballo una alondra, un caballo una alondra...
Pero en el tema de las particiones no me resisto a sacar aquí a colación el clásico cuento de los 17 camellos.
Un padre le deja a sus tres hijos en herencia 17 camellos, con la condición que le toque al primero la mitad, al segundo la tercera parte y al hijo menor la novena parte.
Al ser 17 un número indivisible, se brinda un amigo a prestarles un camello más, completando así el lote hasta los 18.
De este modo le tocan al primer hijo 9 camellos, al segundo 6 y al tercero 2.
Se cumplen de este modo las condiciones de la herencia. El legado de los hijos suma 17 camellos, y el amigo recupera el camello prestado. Y todos contentos.
¿O no?
Y ya metidos en matemáticas, termino con un problema sencillo.
Un pan pesa un kilo y medio pan.
¿Cuánto pesa un pan?
Las soluciones en próximas entregas (O no).
