La Provincia - Diario de Las Palmas

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Un proyecto bien denominado

Con sincera alegría, he tenido conocimiento de que ha sido denominado con el nombre de Mario Luis Romero Torrent el experimento de situar sobre el mar de Jinámar, un generador telescópico de energía eólica, con una tecnología novedosa en conexión con la Plataforma Oceánica de Canarias (PLOCAN), noticia que tendrá seguramente una difusión mundial.

Los grancanarios, que tenemos que estar orgullosos de esa distinción, debemos estar profundamente agradecidos a Esteyco Energía, la empresa española promotora de este proyecto y a su Presidente-Fundador don Javier Rui-Wamba Martija, la ocurrencia de utilizar el nombre de un querido paisano nuestro para designarlo. No es frecuente, salvo los universales Pérez Galdós o Alfredo Kraus, que un canario ilustre, alcance esas metas fuera de nuestra frontera, porque ilustre fue Mario Luis Romero como ingeniero y como entrañable ser humano. Todo un acierto pues, en hacer coincidir su nombre con una obra pionera en su tierra.

Mario Romero Torrent fue en Las Palmas, para la generación de la postguerra, un claro ejemplo de superación a imitar. Ante la admiración de todos nosotros, ingresó en la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos en la primera convocatoria, cuando no era fácil hacerlo entonces, después dé cuatro o cinco años de dura preparación.

Aquí ejerció, durante sus primeros años juveniles, como ingeniero en la Junta de Carreteras del Estado en Las Palmas, antes de ser contratado como Ingeniero Jefe por el grupo Huarte, noticia que a nadie nos sorprendió, dada su indiscutible valía.

Tuve la oportunidad de conocer la eficiencia de sus trabajos, aquí en Canarias, alguno de los cuales han pasado desapercibidos y otros fueron proyectos que no llegaron a ejecutarse por razones diversas. Es natural, los ingenieros de obras públicas, no suele airear sus nombres. Entre las primeras, el obsoleto hoy aparcamiento subterráneo de la Plaza de San Bernardo después de más de 40 años, pero entonces fue el primero que se ejecutaba en Las Palmas, ante la general expectación. Entre los segundos, una carretera de peaje, en los años 60 del pasado siglo, desde Guanarteme, para acceder por Bañaderos a Arucas, Guía, Galdar y a la Aldea de San Nicolás.

En este último proyecto, estuvo involucrada la Caja Insular de Ahorros de Gran Canaria, que estuvo estudiando su posible financiación. En mi condición entonces de director-gerente de la entidad, tuve amplio conocimiento del mismo.

Era inexplicable como todavía se continuara accediendo a aquellas cuatro poblaciones, en donde radicaba el 90% de la riqueza agrícola de toda la isla, por una tortuosa carretera por el interior de la isla. Mario me aclaró el problema. La solución de la carretera por la costa era aparentemente muy sencilla, me dijo, pero tiene una grave dificultad que hasta ahora los ingenieros no se han atrevido a resolver: el puente que hay que hacer a la desembocadura del barranco de Tinoca, con tremendas dificultades técnicas. Mario resolvió el problema de Tinoca y redactó el proyecto con un presupuesto de 25 millones de las pesetas de entonces.

Por aquellos años, el Gobierno de la nación empezó a autorizar concesiones para vías de peaje, circunstancia que aprovechamos en la Caja Insular para resolver la financiación de esta necesaria carretera: Serían accionistas de la empresa concesionaria los dueños de los camiones que fueran a utilizarla, a razón de 25.000 ptas. por cada uno de 1.000 camiones calculados.

La propuesta fue estudiada por el Consejo Directivo de la Caja Insular, entonces bajo la presidencia de Federico Díaz Bertrana, que estuvo a punto de aprobarla, si no es por la rotunda oposición de un consejero carismático llamado don Diego Vega Sarmiento, que adujo que la construcción de dicha carretera era obligación ineludible del Estado y, que por tanto, no debería ser pagada por los canarios. Don Diego tenía toda la razón. Todavía se tardaron unos años más, pero finalmente la ejecutó el Estado, no sé si utilizado el método Mario Luis Romero para Tinoca u otro más reciente.

En mis frecuentes y diversas gestiones que entonces realizaba en Madrid, tuve la oportunidad de comprobar en muchas ocasiones, cuando su nombre surgía directa o indirectamente, el gran aprecio que se le tenía.

La última vez, antes de su fallecimiento, que hablé personalmente con Mario, fue hace seis años, aquí en Las Palmas, en Tafira Alta. Seguía teniendo su misma menuda figura juvenil, la misma forma de hablar tranquila y pausada, los mismos ojos vivarachos e inquietos. Le pregunté a que se estaba dedicando en su jubilación. Siempre hay cosillas que resolver, me dijo, pero su mayor entretenimiento era ahora, construir sudokus mediante el ordenador. No estaba satisfecho del todo, con los resultados que estaba obteniendo. Al manifestarle que también era aficionado, pero a resolverlos, insistió en que la diera mi opinión sobre una docena de ellos, que había confeccionado, que me entregó para que los resolviera, como así hice. Le advertí, al devolvérselos, que yo no era ningún experto y que mi opinión de nada le serviría. Insistió, no obstante en agradecer mi opinión, para corregir sus defectos, si los tenían. Bueno, seguro que fue un gesto de cortesía conmigo, que yo le agradecí. Ahora, su nombre estará flotando sobre el cercano mar de Jinámar, invitando a las nuevas generaciones a que sigan su ejemplo.

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