En una reciente visita a Tarfaya, en la costa marroquí, justo enfrente de Fuerteventura, tuve la oportunidad de vivir una experiencia muy especial. Me encontraba en esa localidad por invitación de la asociación marroquí Alter Forum para intervenir en un foro denominado "entre dos orillas", que nacía con la vocación de compartir puntos de vista entre profesores e investigadores universitarios de Marruecos y España y de poner las bases para que el encuentro tuviera continuidad fructífera para los participantes.

Ni que decir tiene que el grupo de historiadores canarios que acudimos al encuentro fuimos recibidos de maravilla y estuvimos atendidos a la perfección. Aprovechamos la ocasión para conocer a varios colegas marroquíes con los que podemos trabajar en temas del mayor interés en un futuro próximo.

Esto en sí, aunque es extraordinario, entra dentro de lo esperable en cualquier congreso, simposio, coloquio o el modo en que se quiera denominar una reunión de este tipo. Lo curioso del caso es que la noche anterior a la inauguración del Foro, fui invitado, al igual que otros dos participantes grancanarios y uno sevillano, a cenar con el ministro de Comunicación marroquí, que se había desplazado desde Rabat para presidir el comienzo del evento, previsto para la mañana.

Como todo es posible en Marruecos, salimos de la sorpresa inicial, ya que no nos habían avisado, y acudimos a la cena de muy buen grado. No todas las noches se puede cenar con un ministro, sea del gobierno que sea.

En la mesa concurrimos, además de los cuatro españoles, tres periodistas de los principales medios de comunicación del país, el gobernador de Tarfaya, el representante de la asociación que organizaba el Foro y el propio ministro.

Yo no conocía personalmente, ni siquiera por su rostro, al ministro de comunicación de Marruecos El Khalfi, una especie de portavoz del gobierno con mucho poder mediático.

Me encontré con un hombre joven, en torno a los cuarenta, elegante y de apariencia moderna, que nos sorprendió a todos hablando en un inglés perfecto con acento de Estados Unidos. A veces con demasiado acento, a decir verdad, para los que no estamos demasiado acostumbrados a los modismos yanquis.

Opté por no informarle de que había tomado su nombre prestado para una de mis novelas, El viento del diablo, en la que le endosé el apellido a un sargento del ejército con cierta relevancia en la trama. No estaba seguro de si lo aprobaría o hubiera preferido que fuera un general.

El Khalfi se mostró abierto y distendido con los españoles desde el primer momento. Sus acompañantes marroquíes también mantuvieron el mismo tono de cordialidad, aunque intervinieron muy poco en la conversación de la cena, no sé si por respeto reverencial o por las dificultades de seguir su discurso con ese acento del oeste de Washington.

Y es que este ministro se formó en Estados Unidos, donde incluso estuvo trabajando para distintos medios de comunicación durante ocho años. Eso nos dijo.

Por una vez pensé en que el inglés también podía ser válido para comunicarnos con nuestros amigos marroquíes, y no solo el francés y el español. De hecho, la mayoría de los profesores de Marruecos que acudieron a Tarfaya son trilingües: dominan el árabe natal, además del francés y del inglés, algo de lo que no muchos profesores universitarios españoles pueden presumir.

La cuestión a la que quería llegar es que el ministro El Khalfi se ha hecho famoso en Marruecos porque a través de él se anuncian los cambios legislativos que están sacudiendo día sí y otro también, a los sectores tradicionales del país.

Lo interesante que nos contaba el ministro es que está tratando de luchar contra siglos de caciquismo político en la concesión de ayudas y fondos públicos del Estado a empresas y particulares. El Gobierno marroquí se ha propuesto generalizar el sistema de licitación pública abierta al estilo europeo. Es decir, transparente y con total seguridad jurídica. Se acabó lo de destinar dinero público a dedo al amigote de turno. Esta iniciativa, aplaudida por muchos, le está costando recibir toda clase de adjetivos personales por parte de sus detractores, los defensores del antiguo régimen, calificaciones en las que le dicen de todo menos bonito.

Luchar contra la corrupción en la utilización de los fondos públicos es algo de lo que no se libra nadie. Y España no es un referente de limpieza, precisamente. Si para nosotros es difícil, no lo es más imaginar el esfuerzo que están desplegando los marroquíes y las dificultades a las que se tienen que enfrentar, sobre todo las de mentalidad.

Pero lo están intentando, y solo por eso creo que merecen un aplauso, una palmada en la espalda y decirles, ¿te puedo ayudar en algo? Porque creo que se lo merecen.

(*) Director jurídico de la consultora BMGAfrica