La proliferación de grabaciones entre jueces, políticos, empresarios y otros personales de la cosa pública ha provocado una sicosis casi neurótica en algunos centros de las administraciones. La última historia que se cuenta es de un alto cargo de la Agencia Tributaria que de un día para otro colocó en su despacho una mesa de cristal. Todo transparente. No quería que bajo la mesa se colocasen micrófonos. Las paredes no las pudo cambiar.