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Crónicas galantes

Nos van a ajustar las cuentas

Rajoy se ha comprometido con la UE a meter aún más la tijera en el gasto, si las circunstancias lo aconsejan (y si sigue al frente del chiringuito tras las elecciones, claro está). Sus contrincantes del PSOE y Podemos le han afeado esa conducta de genuflexión ante los poderes de Europa; de lo que se deduce que ellos harían algo distinto en caso de llegar al gobierno. La ingenuidad no está prohibida, por lo que se ve.

El presidente interino cometió el desliz de prometerle sus ajustes por carta a Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea. Se conoce que Rajoy es un clásico incluso en materia de comunicaciones. Hay cosas que solo se dicen en persona; y eso, una vez comprobado que el interlocutor no lleva un micrófono oculto en la corbata ni tiene puesta la función de grabadora del telefonillo móvil.

Naturalmente, la carta se filtró: y una vez que los periódicos dieron cuenta del recado de Rajoy a Bruselas, sus competidores electorales le han acusado de decir una cosa en público y otra distinta en privado. Tampoco es para sorprenderse. El jefe del Gobierno concurrió a las elecciones de hace cuatro años bajo la prome-sa -pública- de rebajar los impuestos, lo que no impidió que los subiera nada más llegar a La Moncloa.

Difícilmente incurrirán en esa contradicción los partidos rivales del PP, dado que ninguno de ellos ha anunciado reducciones de tributos si los electores les dan su confianza. Lo que no han aclarado es cómo responderán a los gerifaltes de la UE cuando estos les exijan, como a Rajoy, un drástico recorte de gastos para cumplir con el déficit de España.

El griego Tsipras era mucho más matasiete que Iglesias y Sánchez juntos; pero ya ven en qué ha acabado todo. Después de echarle -y perder- un pulso a la única autoridad realmente existente en Europa, el hombre va por ahí rebajando pensiones, privatizando el puerto de Atenas y haciendo, en general, todo lo que dijo que no haría jamás de los jamases. Se ha saltado todos los semáforos en rojo que tan temerariamente se había impues-to a sí mismo en su camino hacia el poder.

Del triste caso griego se deduce que la única en condiciones de decidir lo que hará con su dinero -porque lo tiene- es Alemania. Los que viven de prestado, como Grecia o España, han de sujetarse a las cláusulas impuestas por sus acreedores si no quieren caer en el infierno de la quiebra. En caso de duda, no hay más que preguntarles a nuestros vecinos portugueses por cómo les ha ido tras la intervención de su economía.

Todo esto hace muy previsible y aburrida la política, en la medida que no importa gran cosa si los electores votan a la derecha o a la izquierda.

Liberal en todos los sentidos, la UE no impide que un rojo o un facha desempeñen el gobierno en cualquiera de los países socios, si así lo deciden sus votantes. Tsipras manda en Atenas y no es del todo imposible -aunque si más improbable- que la ultraderechista Marine Le Pen se alce con la presidencia de la República en Francia. A condición, naturalmente, de que los dos gobiernen con la misma ortodoxia económica que la de un político conservador de toda la vida.

De ahí que, gane quien gane tras la votación del 26 de junio en España, lo único seguro es que deberá hacer frente a un ajuste de cuentas cifrado ya por Bruselas en 8.000 millones de euros. Y quizá la desobediencia no sea una opción.

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