Cada pueblo tiene su día en el calendario. Una fecha de referencia que dedica a conmemorar su historia, su pasado y su origen común como pueblo. Canarias lo celebra mañana, 30 de mayo, en el aniversario de la primera sesión del Parlamento de Canarias en ese día del año 1983. Diez meses antes había entrado en vigor el Estatuto de Autonomía, que en su reforma posterior calificó a las siete islas como una nacionalidad. Su artículo 1 define al "pueblo canario" como una "entidad singular" en el conjunto de España y apela al desarrollo equilibrado de sus islas y la solidaridad entre todos los canarios que las habitan.

Treinta y tres años después, Canarias sigue engalanándose cada 30 de mayo, en una jornada festiva en la que tiene lugar una sucesión de actividades escolares, encuentros folclóricos, deportes autóctonos, diversas actividades populares y numerosos actos institucionales. Entre ellos la entrega de los Premios Canarias a ciudadanos que son un ejemplo para su pueblo, y que culmina este homenaje colectivo y multitudinario al sentimiento de pertenencia a un pueblo.

Pero una celebración así corre el riesgo de convertirse solo en un ritual convencional si no se la dota de un contenido renovado. Es también el momento de preguntarse no sólo quiénes somos y dónde estamos, sino también a dónde vamos como sociedad. Porque si somos un pueblo, tal como nos define el Estatuto de Autonomía, no es solo porque nos unen los sentimientos y tradiciones de un pasado común, sino también por nuestra capacidad para construir un proyecto común de futuro. Y el Día de Canarias brinda sin duda una buena oportunidad para reflexionar sobre el momento histórico que vive este pueblo y los retos que debe afrontar.

Vivimos un tiempo histórico complejo y confuso, en que Canarias, España y Europa atraviesan una crisis económica, social, institucional y, sobre todo, una profunda crisis de valores. Todo ello en un tiempo en que la globalización y la tecnología están propiciando cambios de grandes proporciones, que auguran la transformación hacia una nueva sociedad global. El reto de cada pueblo pasa por encontrar el papel que le corresponde en este nuevo mundo que está surgiendo. El de Canarias no es otro que convertirse en un puente de conexión entre los tres continentes que baña el Atlántico. Internacionalizarse para convertirse en una plataforma de paz y cooperación en esta zona del mundo.

Es también el tiempo para construir un consenso de los canarios sobre el alcance y conte-nidos de la "singularidad cana-ria" e incorporarla a la reforma territorial que España va a afrontar a lo largo de la próxima legislatura, gobierne quien gobierne. El carácter de "nacionalidad" de Canarias y su "hecho diferen-cial" está ya reconocido en el Tratado de la Unión Europea, pero no así en la Constitución Española de 1978, aprobada cuando el concepto aún no había calado en la conciencia de la sociedad canaria.

La identidad vuelve a ocupar un espacio central en la reflexión política e institucional de los pueblos y las naciones de Europa. El referéndum del Reino Unido del 23 de junio y el pulso independentista de Cataluña son dos referencias fundamentales del momento que vive el proceso de construcción europeo, en el que Canarias se integra de una forma singular por su lejanía. Pero nuestra identidad no puede concebirse como un nacionalismo insolidario y frentista, sino como la convivencia en solidaridad y armonía de estos pueblos y naciones que, sintiéndose distintos, tienen clara conciencia de compartir objetivos comunes.

En conclusión, baste decir que cada pueblo se construye y evoluciona en función de las respuestas que va dando a los retos que se le presentan en cada momento histórico. Y que no basta solo compartir sentimientos, tradiciones, costumbres y una cultura común para definir su identidad. Es necesario también contar con ese proyecto de futuro para no quedar al margen de la Historia. Solo a través del equilibrio de tradición y modernidad, de adaptación a los cambios históricos sin renunciar a nuestras señas de identidad, los canarios podremos estar a la altura de los retos a los que nos enfrentamos hoy. Construir un pueblo y una sociedad con personalidad propia, siendo al mismo tiempo parte de la nación española y que aspira, a su vez, a jugar un papel importante en el proyecto de Unión Europea.