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Sol y sombra

BBC, ¿última batalla?

En el Libro Blanco de la British Broadcasting Corporation figura una frase con la que muchos querrían cincelar con letras de oro el verdadero compromiso público con las audiencias: "Quien se entrometa en la independencia de la BBC tendrá asegurada la pelea de su vida". Si existe una cadena pública de televisión con su reputación a salvo es la británica. Al menos así ha sido durante décadas. Pero a partir de ahora las cosas pueden cambiar, y la BBC empezar a parecerse al resto de las televisiones del planeta por causa del intervencionismo político.

El Gobierno británico que encabeza el primer ministro, David Cameron, anunció recientemente las reformas más profundas en décadas en la corporación de noticias, incluyendo la reestructuración de su Carta Orgánica y la abolición del BBC Trust que ha permanecido durante décadas al frente del conglomerado. En su lugar, se creará un comité directivo, controlado por Ofcom, el ente regulador externo de los medios. Algunos de los integrantes de ese órgano directivo serán nombrados, a su vez, directamente por el Gobierno y más de la mitad contratados por la propia cadena.

La lucha de la corporación pública de noticias por defenderse de las injerencias externas no es nueva: se remonta a los tiempos en que la BBC, incipiente, y con John Reith en primera línea resistió las embestidas de Winston Churchill, entonces ministro de Hacienda. Sucedió en 1926 durante la huelga general y sirvió para sentar las bases de la futura falta de entendimiento que en adelante permitiría hacer de la independencia de la cadena un asunto más que proverbial. Churchill tenía encomendada la propaganda del Gobierno y, al detenerse las rotativas en Fleet Street y parar los periódicos nacionales, creyó llegado el momento de utilizar a la BBC contra los huelguistas. Para no perder contacto con su viejo oficio de periodista, Churchill publicaba una hoja diaria, la British Gazette, y comentaba a voz en grito que sería una monstruosidad no recurrir a la radio pública para obtener el mayor rédito posible. Mientras tanto, Reith, director de la corporación, resistía el acoso como podía. Para él, negarse a que la cadena de noticias fuese un aparato de propaganda era una cuestión de honor. Las informaciones, a su juicio, debían ser auténticas e imparciales.

Naturalmente no era su pretensión desafiar abiertamente al Gobierno, de modo que ayudó al primer ministro Stanley Baldwin a escribir las palabras que dirigió al país en aquellos momentos de zozobra y no permitió hablar por la radio a ninguno de los dirigentes de la huelga. Pero tampoco se puso a disposición de Churchill para reventar la protesta. Se puede decir que no quedó bien con nadie salvo con su dignidad al no dejarse manipular. Para algunos sindicalistas, la BBC se convirtió en la "British Bullshit (mentira) Corporation". Churchill consideró a partir de entonces a Reith una persona no grata. Y a la radio británica, un medio cuya antipatía no haría más que aumentar con la llegada de la televisión, como cuenta el periodista Michael Cockerell en su libro sobre las tormentosas relaciones de la cadena pública con los primeros ministros de su Graciosa Majestad.

Efectivamente, las turbulencias no se detuvieron con los conservadores Harold McMillan y Alec Douglas Home. Ni con el laborista Wilson, ni con James Callahan, que para ganarse la simpatía del público prefería a los entrevistadores que hacían preguntas molestas como el que le llevó a responder "¿Crisis?, ¿qué crisis?", la frase que le costó las elecciones en 1979 cuando la libra se desplomaba y el Reino Unido sobrepasaba la cifra de un millón y medio de parados. Alcanzaron cierto éxtasis con Margaret Thatcher, que dijo aquello de que el ministro del Interior y ella creían que había llegado la hora de que la BBC pusiera su casa en orden. Las batallas por controlar lo que se emitía siguieron librándose entre el 10 de Downing Street y la radiotelevisión pública. En la actualidad, el paradigma puede dejar de serlo tras una guerra de casi cien años por la independencia.

Hasta ahora -la situación puede cambiar en el otoño cuando el proyecto legislativo llegue a Westminster- los miembros del BBC Trust era nombrados por el Gobierno, pero no se buscaba reproducir en él los equilibrios políticos del Parlamento. Su misión consistía en velar por que la BBC cumpliese las obligaciones derivadas de la Carta Orgánica y el acuerdo financiero que la acompaña. Ellos establecen los objetivos de servicio público y garantizan la independencia y viabilidad financiera. Los miembros del BBC Trust resultan por lo general difícilmente influenciables: si un político les presiona, queda en evidencia. Del mismo modo que el director general se libra de las conexiones que le atan al Gobierno para, una vez nombrado, defender los intereses de la BBC y aunque ello signifique enfrentarse al Ejecutivo. Al director jamás se le ocurriría forzar a un periodista a hacer una información bajo un sesgo político determinado. Como ven, igual que aquí.

El ejemplo más reciente lo tienen en la etapa de Blair, cuando el director general, Greg Dyke, y el presidente del BBC Trust, Gavyn Davies, ambos simpatizantes del Nuevo Laborismo, dimitieron, sin embargo, a raíz de la presión gubernamental por las informaciones emitidas sobre las armas de destrucción masiva en Irak.

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