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Papel vegetal

Secuelas de la globalización

Es la bestia negra de los populistas, que la consideran responsable de muchos de los males que sufrimos, desde el desempleo hasta la desigualdad y la paulatina desaparición de la clase media en los países desarrollados.

Contra los males de la globalización truenan lo mismo el aspirante republicano a la Casa Blanca Donald Trump que la dirigente del Frente Nacional Francés, Marine Le Pen. Y con independencia de que nos repugnen su demagogia y sus mentiras, no podemos decir que en este caso no les falte razón.

El incremento de la desigualdad en todo el mundo, que alcanza últimamente cotas escandalosas, tiene que ver en primerísimo lugar con la desregulación bancaria y el movimiento especulativo de capitales.

Lo reconoce, entre otros, el economista serboestadounidense Branko Milanovic, ex funcionario del Banco Mundial y autor del libro "Global Inequality" (Desigualdad Global), para quien ese fenómeno es también una consecuencia del progreso tecnológico.

Éste fomenta el desempleo y la desigualdad dado que la tecnología utilizada en la producción es cada vez más barata: a las empresas les resulta más ventajoso sustituir a los trabajadores por máquinas, que tienen la ventaja adicional de que no hacen huelga.

Y si esas máquinas son hoy mucho menos costosas que hace algunos años, se debe en buena parte también a la globalización: se fabrican muchas veces en Asia , donde la mano de obra es mucho más barata que en Europa o Estados Unidos.

Si siguiesen fabricándose en Europa, su precio sería muy distinto, y a las empresas no les compensaría en muchos casos automatizar sus procesos de producción en la medida en que lo hacen ahora, explica Milanovic.

Al facilitar la deslocalización creciente de la producción a países en los cuales un trabajador gana una mínima parte de lo que ganaría en Francia o Alemania, la globalización fomenta además el desempleo en los países desarrollados.

Todo ello explica el éxito de los argumentos de tipo nacionalista que utilizan lo mismo Trump que Le Pen, pero también en muchos casos la izquierda a ambos lados del Atlántico.

Otra importante secuela de la globalización es la desregulación bancaria, que hace que muchos gobiernos justifiquen su resistencia a gravar más las rentas del capital por el miedo a que éste huya a otros lugares del planeta de tratamiento fiscal más favorable.

A este respecto resulta increíble no sólo la tolerancia mostrada hasta ahora hacia los paraísos fiscales, sino también el que no se haya llegado todavía a un acuerdo para imponer la las transacciones financieras la tasa que ideó el economista estadounidense James Tobin.

Propuesta inicialmente en 1972, la tasa Tobin, incluso si fuese lo modesta que algunos gobiernos pretenden, contribuiría a aumentar el coste de los movimientos especulativos de monedas a corto plazo, que amenazan a economías enteras y desestabilizan continuamente el sistema monetario.

Y, sin embargo, aunque once países de la eurozona, entre ellos España, se comprometieron en febrero de 2013 a aplicarla en una "versión edulcorada", como la califica el economista Frédéric Lemaire, hasta ahora no se ha hecho nada.

Importa más la competencia fiscal entre países que la regulación de un cada vez más poderoso sector financiero que campa hoy más que nunca por sus respetos.

Como dejó ya escrito nuestro Don Francisco de Quevedo: "Poderoso caballero es don dinero".

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