El historiador norteamericano y reconocido hispanista Stanley G. Payne ha publicado una biografía de Niceto Alcalá Zamora, primer presidente de la II República. A propósito del lanzamiento de la obra, afirma en una entrevista en El País que Zamora se enteró del estallido de la guerra... en Islandia. Casi se me atraganta el café. Me froto los ojos. Me revuelvo en el asiento incrédulo... Bueno, mejor dicho, el incrédulo soy yo, no el asiento. Retorno la mirada al diario y allí está de nuevo la palabra: Islandia. La pregunta es obvia: qué carajo hacía Alcalá Zamora en Islandia, que sin menoscabo de que sea un destino fascinante, es el quinto cono en la geometría de este mundo. Y eso, ahora. Figúrense en el 36. A decir de Payne, Alcalá Zamora (cordobés de Priego) quería, una vez dejada en ese año la presidencia, en la que le sustituyó Azaña, darse un garbeo con su familia por "el norte extremo". Así, como para desconectar, que se dice ahora. Y tan extremo... Y tan desconectado...

Se figura uno a la familia del prócer y a él mismo en una casa pintada de amarillo y vistoso verde en medio de un paisaje volcánico pardo recibiendo un telegrama informándole de que unos militarotes se habían sublevado en África. Glub. Con la lentitud de las comunicaciones de entonces si se comparan con la de ahora. Islandia. Y ya no puede uno apartar la palabra, evocadora, de su mente en todo el día. Para, incluso, indagar sobre cuánto vale un viaje allí, a visitar la Laguna Azul y Reikiavik y un volcán y un géiser. No es barato, pero la imaginación sí.

Sólo conozco a una persona que haya estado en Islandia y sólo he conocido a un islandés en mi vida, que era un chavea de mi edad cuando yo tenía edad de chavea y cuya familia había venido a la Costa del Sol a emplearse en la hostelería. En el barrio le llamábamos el islandés. Lo cual tiene su lógica, no lo íbamos a llamar el brasileño. Claro que si hubiera sido de Cádiz le habríamos llamado Martínez o López, lo mismo que si hubiera sido de Alcalá la Real o Vigo, dado que siempre nos llamábamos por el apellido si nuestras latitudes eran exploradas y explorables. Claro que, ahora que lo pienso, también llamábamos el catalán a uno que vivió tres años en Sabadell donde sus padres trabajaban en el sector textil. Tal vez en esa fábrica hicieran abrigos para Islandia. Tengo que preguntárselo. Así, desabrigadamente. Espero que no me dé una fría respuesta.