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Aula sin muros

¿Por qué los paraguayos amarran los perros con morcillas?

En los últimos tiempos crece el interés de los gobiernos por medir el grado de felicidad de sus ciudadanos. Todo parte de una resolución de las Naciones Unidas del año 2011, aprobada por unanimidad, por la que se coloca a la felicidad en una de las posiciones relevantes a la hora de medir el nivel de desarrollo de un país. Será por eso por lo que un periódico de Buenos Aires publica los resultados de una encuesta de la empresa Gallup en la que aparecen los paraguayos como los hombres más felices del cono sur de Sudamérica. No salgo de mi asombro cuando, hasta no hace mucho tiempo, Paraguay era uno de los países con mayor índice de pobreza, desigualdad e injusticia de la zona y que son miles los que han cruzado la raya que separa al país guaraní de la Argentina papara buscar un mejor porvenir más al sur del río de La Plata. "Negros" les llama la gente de Buenos Aires en alusión a su condición de pobres emigrantes a quienes, además, de manera injusta, suelen culpar de ser los que más actos delictivos cometen. Pero se entiende el resultado de la encuesta al leer algunas de las preguntas genéricas que se hicieron a una muestra de población, preferentemente clase media de núcleos urbanos: "¿descansó usted bien anoche?" o "¿le trataron con respeto, ayer, en el trabajo o la gente de su barrio?". Si no se está enfermo o le cogen en una tesitura de conflictos la respuesta será sí. La resolución de la ONU ha impulsado a los gobiernos a medir la felicidad a través del PIB (producto interior bruto) que equivale al dicho popular del reparto de pollos por cabeza, en algunos lugares corresponde a cuatro, cuando son masas del mismo país que apenas atinan a verlos en la granja o el gallinero. La fiebre por medir la dicha de sus ciudadanos ha alcanzado a países como "nuestra octava o novena isla", Venezuela, sumida en una profunda crisis, heredada de años de corruptelas e ineptitudes, cuyo gobierno actual creó un ministerio de la Felicidad.

El senador de Estados Unidos Robert Kennedy fue el que mejor acertó con su crítica al Producto Interior Bruto cuando dijo que: "el PIB no mide la salud de nuestros niños, la calidad de su educación o el placer de sus juegos. No incluye la belleza de nuestra poesía o la fortaleza de nuestros matrimonios (?). El PIB mide todo excepto aquello que hace que la vida valga la pena vivirla". Las respuestas obtenidas en las encuestas no se corresponden, la mayoría de las veces, con muestras representativas de la población a las que van dirigidas las preguntas. La percepción de sentirse felices depende del estado de ánimo de cada uno y de los diferentes contextos en los que se encuentren. Por eso no se puede descartar que un campesino paraguayo se sienta feliz cultivando maíz y mandioca, viviendo en su chamizo, con los suyos en perfecta armonía con la naturaleza y su entorno. Prueba de que, muchas veces, es cierto el adagio de que "no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita". Como lo era Diógenes que, al pasar, una mañana, por delante de la barrica, donde pasaba las noches y veía amanecer los días, el poderoso y engreído Alejandro y le preguntara por sus más inmediatos deseos y que estaba dispuesto a satisfacerlos respondió impertérrito: "Que te quites delante para que me siga dando el sol". Expresiones recogidas con gente de todas las clases y culturas ofrecen diferentes tipos de sentirse felices. Para unos consiste en no tener miedos que les estresen demasiado. Para otros disfrutar con las relaciones familiares y amistades.

Séneca se preguntaba qué es lo que constituye la excelencia de la vida y respondía que la plenitud. Puede ser, por ejemplo, la de aquellos que se sienten felices cuando entregan parte de su tiempo a los otros. O los que, en un sentido menos altruista, se sumen en lo que el psicólogo estadounidense, de origen húngaro, que responde al impronunciable nombre de Mihaly Csikszentmihaly llama la experiencia flew por la que una persona se dedica con tanta intensidad a una tarea que le hace olvidarse del tiempo y hasta del lugar donde se encuentra. La psicología y neurología explican esta sensación como una descarga de ciertos péptidos, entre ellos la dopamina, sobre el sistema límbico del cerebro. Hedonista, hedonista no era precisamente Nietzsche cuando dijo que "no veníamos a ser felices sino a cumplir con nuestro deber". El sociólogo Giles Lipquetsky habla de la felicidad despótica al referirse al deseo de ser felices como sea, un derecho que se ha transformado en un imperativo eufórico por el que se sienten avergonzados, casi marginados, aquellos que se sienten excluidos de ella. Culpables de no sentirse bien. La felicidad beatífica, plena, concuerda tanto con los estados de éxtasis de los místicos, con la predicada y no se sabe practicada del todo por el Dalai Lama como con la de los cantantes psicodélicos de la contracultura de guitarra embriagados por los porros de la mejor marihuana del Nepal. Pero existe un pero. Parece ser que se trata de una manera de ser felices un tanto egoísta como lo prueban estudios que hablan de que los individuos que se tienen a sí mismo como muy felices suelen ser menos corteses, menos sensibles a los problemas de los demás o más superficiales a la hora de valorar situaciones en las que estén presentes los otros. Para la gente corriente la vida se compone de momentos tristes y alegres. No se obsesionan en que la vida sea siempre un camino de rosas sino son conscientes de que, como dice la ranchera, "hay piedras en el camino". Se preocupan de vivir el presente, disfrutar de las pequeñas cosas de cada día y sentirse queridos por familiares y amigos. Es lo que hace feliz a una madre que prepara la comida para ver juntos, alrededor de una mesa, a sus hijos y nietos. A un senderista durante una caminata por la montaña conversando con los amigos. A los componentes de una rondalla o coral sumidos en olvidar preocupaciones y elevar el ánimo con la música. Por supuesto que la de un niño o niña jugando, solos o en compañía, con su juguete preferido.

Por eso y solo por eso también había paraguayos que manifestaron sentirse felices, por momentos, el día que respondieron a la encuesta.

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