La Provincia - Diario de Las Palmas

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Entre líneas

Lo supe de casualidad

En los ochentas, los de mi generación estábamos aprendiendo y viviendo la realidad que encontrábamos en la calle, el alcohol, el sexo y las drogas eran los principales atractivos y los grandes desconocidos, a las drogas siempre les tuve y he tenido respeto o mejor dicho miedo, no obstante en el circulo que frecuentaba todos sabíamos quiénes consumían y quiénes no, pero siempre tuve la curiosidad por saber quién era o eran los proveedores, todos nos respetábamos y nadie obligaba a nadie a consumir y quien consumía también era respetado, por eso jamás hice la pregunta, sólo sé que circulaba entre ellos la cocaína como algo normal.

Cuando ingresé en la facultad de Derecho lo primero que hice fue hablar con un amigo con el que habíamos compartido días de deporte, como él tenía ya montado su despacho dejó que fuese todos los días por las tardes y en medio de tanto papel siempre tenía una hora para ir y sentarme como público en el máximo de juicios al que lograra asistir.

En esos juicios descubrí que personas nobles a las que yo creía en un mundo cerrado y casi autista, se les nombraba, llamaban a declarar e incluso utilizaba para respaldar e hilar procesos que no tenían relación entre sí, buscando en los rincones más inimaginables de papeles llenos de ácaros y amarillentos de una era poco digital. En medio de esa rutina no dejé de asistir a fiestas y reuniones de una sociedad que iba creciendo y nosotros también.

Un viernes por la noche todos los jóvenes de la ciudad de Piura estábamos en el restaurante de moda, Larco, punto de encuentro de cientos de estudiantes y egresados, ese día el comentario fue sorprendente, "Carlos el Flaco ha desaparecido", poco a poco salían versiones diferentes tales como: "le mató la mafia", "antes de que le maten prefirió salir en su moto y saltar por un barranco hacia el mar", "ha huido a Miami y no volverá hasta dentro de diez años", "está en la cárcel y su padre no quiere pagar para darle una lección", etc. era un época en la que la gente podía desaparecer, pero era difícil que alguien de clase social alta lo haga sin que se convierta en un escándalo. Mi curiosidad me llevó a buscar en la prensa de esos días e incluso tomar periódicos de semanas anteriores en busca de alguna pista sobre algún suceso relacionado con el Flaco, la prensa sensacionalista no lo hubiese dejado pasar y después de mucho buscar no encontré absolutamente nada, lo cierto es que Carlos el Flaco estaba desaparecido y las especulaciones fueron cambiando de rumbo y una campaña electoral nos hizo distraer y casi olvidar, teníamos claro que estaba vivo, no hubo ninguna participación por parte de su familia y al padre, que era propietario de un gran almacén, se le veía entrar y salir con normalidad.

Cinco meses más tarde y con la práctica que da el escribir en las antiguas máquinas en las que tenías que hundir los dedos en las teclas, cambiar la cinta, recibir la orden de bajar un renglón al sonido de una campanilla, poner papel carbón para hacer una copia y teclear más fuerte aún para que salga bien, me di cuenta que tenía un expediente incompleto y que sólo podría terminar si me acercaba a los archivos de casos resueltos, en el palacio de justicia, por suerte estaba junto al despacho y podría acceder en ese momento.

Me conocían en los archivos y aparte el jefe de ellos me dejaba solo, estaba entre cientos de casos y procesos penales, adjunto a ellos informes de la policía especialista en investigación, denuncias, demandas, interdicciones, peritajes, sentencias y todo estaba allí a mi alcance y como si el destino quisiera dar respuesta a una incógnita pendiente, por esos errores curiosos saqué un archivo con informes confidenciales en el que el primer nombre que leí era el de Carlos el Flaco tenía la respuesta real de lo sucedido y lo que vine buscando en realidad podía esperar.

Luego de pasar varios días leyendo y releyendo, hilando situaciones, llegué a la conclusión de que Carlos el Flaco sólo era un triste e infeliz consumidor de alta sociedad que sabía perfectamente quiénes eran los proveedores mayores.

Pero cayó en una trampa, la policía corrupta le había puesto una prueba falsa, encontraron en su coche una bolsa que contenía en teoría cocaína, de la cual nunca se supo nada, ni dónde fue a parar, pero sí constaba en los informes, y de manera detallada decía que en el maletero del automóvil junto al neumático de repuesto y un chaleco se localizó dicho paquete que contenía aproximadamente 50 gramos de cocaína.

Lo cierto es que Carlos el Flaco había desaparecido, pero porque a cambio de que cante y diga por lo menos el nombre de un proveedor y su localización, él sería un testigo protegido, que en realidad solamente lo que haría es salvarle de pasar por los calabozos de unas deprimentes cárceles que eran el centro de formación de grandes delincuentes y punto de encuentro de mafiosos y corruptos en libertad.

Carlos cantó y señaló a alguien a quien apodaban como Babú era del sur, en las fotos ciertamente se le veía cara de malo, pero no sé su personalidad, lo único que sí supe es que fue encarcelado y desde allí juró venganza.

Al pasar los años Carlos volvió a la ciudad y logré saber que desde su destierro coordinaba con su padre para que mensualmente se le asignara un salario a Babú y este pasara sus días de cárcel de manera más dulce y relajada, y de esa manera olvidaría el rencor y el juramento de venganza.

Dio resultado, Carlos el Flaco no fue nada más que amenazado en su momento y nunca le sucedió nada de lo que pudo suceder.

(*) Cónsul de Perú en Las Palmas

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