La Provincia - Diario de Las Palmas

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Una campaña incógnita

Las campañas electorales son objeto de una controversia interminable, iniciada en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial cuando Europa sufría el ataque del ejército alemán. En 1940, Paul Lazarsfeld, sociólogo de origen austriaco huido del nazismo, que dedicó su vida a indagar en la relación entre los medios de comunicación de masas y la opinión pública, realizó un estudio pionero sobre la campaña de las elecciones presidenciales en el típico condado americano de Erie, en Ohio, con el propósito de conocer el proceso que sigue un votante para decidir su voto. Entre otras cuestiones, se planteó la influencia en el mismo de la propaganda electoral. Años después, presentó su hallazgo en un artículo de esta gráfica manera: "La campaña es como el baño químico que revela las fotografías. La influencia química es necesaria para que surjan las imágenes, pero sólo pueden aparecer aquellas imágenes ya latentes en la placa". Quería decir que el efecto más poderoso de la campaña electoral había consistido en confirmar la predisposición ya establecida en los votantes de votar a un determinado partido. Solo en un porcentaje reducido de casos el contacto con el candidato había inducido al elector a participar en la votación, cuando en principio tenía decidido no hacerlo, o a cambiar de papeleta. Desde entonces, a las campañas electorales las persiguen, como si fueran sombras, las preguntas de si importan y para qué sirven. Las dudas asaltan por igual a los analistas y a los ciudadanos. Y la respuesta invariable, como si cada vez que se celebran hubiera que justificarlas, es que las campañas cumplen funciones básicas en la vida política de las democracias e inciden en el resultado de las elecciones, aunque sea de forma variable y restringida.

En vísperas del comienzo de la campaña electoral en España, las encuestas detectan pocos cambios en la intención de los electores y auguran una distribución del voto similar a la registrada en las elecciones de diciembre. La repetición de las candidaturas y de los discursos produce la impresión de que la suerte está echada y que, como afirmó en su día Lazarsfeld respecto a las campañas modernas en general, ésta también ha concluido antes de empezar. Así, la incertidumbre sólo es perceptible en relación con la pugna por la hegemonía que hay entablada en el espacio político de la izquierda entre el PSOE y Podemos.

Sin embargo, hay razones para pensar que esta es una conclusión prematura. La primera que debemos tener en cuenta estriba en que las elecciones de junio no tienen precedentes en España, tanto por celebrarse inmediatamente después de las anteriores como por ser consecuencia de la incapacidad de los partidos para formar gobierno. Sin experiencia previa de elecciones como éstas, la respuesta de los votantes es imprevisible.

Una segunda razón es que los partidos se ven obligados a mostrarse más beligerantes debido a que hay más competidores y todos, los clásicos y los nuevos, necesitan mejorar los resultados de diciembre, que estuvieron por debajo de las expectativas de cada uno, no solo para situarse con ventaja en las posibles coaliciones de gobierno, sino para mantener su estabilidad interna. Como estamos viendo, los candidatos han perdido el pudor que exhibían en campañas anteriores al dirigirse a los votantes de otros partidos para pedirles su apoyo.

Y la tercera razón a considerar es la actitud de los electores, o al menos de algunos sectores de ellos, que ha podido evolucionar en estos meses en que el panorama político del país no ha acabado de definirse. Un segmento del electorado de centroizquierda, el más vulnerable, que por su tamaño podría determinar el resultado de las elecciones, manifiesta indecisión y cierta disposición a cambiar de voto. Y, por otra parte, hay datos que advierten de una variación notable en el orden de prioridades de los ciudadanos. De encuestas hechas en febrero y marzo se deduce claramente que la mayoría entonces optaba por un sistema multipartidista, sin importarle que con ello aumentaran las dificultades para formar gobierno. En esa tesitura, la apelación al voto útil no resulta eficaz. Pero según el último sondeo de MyWord, publicado esta semana, ahora la mayoría de los votantes de PP, PSOE y C's prefieren un gobierno fuerte y estable, aunque requiera pactos entre partidos con ideologías diferentes. Únicamente la mayoría de los votantes de Podemos antepone la ideología a cualquier pacto. La cercanía de la votación, con el fracaso de los candidatos a la hora de formar gobierno aún reciente, es fácil que genere dudas en los electores más responsabilizados. Este podría ser el caso de un buen número de votantes de C's, venidos del PP, que no descartan una "vuelta al hogar".

También conviene recordar que el rendimiento de la campaña electoral de los diversos partidos en diciembre fue muy diferente, en particular para los nuevos. Mientras Podemos, empleando un tono emocional, en los quince días consiguió casi duplicar su intención directa de voto, C's, con un discurso más neutral, consiguió desinflar parcialmente sus expectativas más favorables.

En la precampaña, cada uno está insistiendo en su estrategia. Los recursos publicitarios que ha mostrado Podemos, el eslogan y la imagen que lo acompaña, prometen una campaña de emociones fuertes. Tanto, que los socialistas tienen el corazón en trance de partirse en dos; una parte tiende al centro y otra siente una pronunciada inclinación hacia la izquierda. Al final, todas las campañas deparan novedades, alguna sorpresa y tienen cierta influencia en el resultado. Ahí reside su interés.

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