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Zigurat

Despertar a la realidad

Dicen los que han vuelto de ocuparse en labores humanitarias en Idomeni -Grecia-Macedonia- que jamás habían visto cosa igual, por la miseria y la desesperación de los concentrados y porque no se vislumbra una solución ni a corto ni a largo plazo y se sienten avergonzados de la Europa de la razón a la que pertenecen. La vergüenza está en los gobiernos europeos, o lo que es lo mismo, en los políticos que gobiernan medio mundo y que levantan muros como el que cayó en la década de los ochenta. A los voluntarios y voluntarias se les aconseja que no estén más de cierto tiempo, unos quince días, porque si están más periodo su inmersión les puede pasar una factura existencial demasiado onerosa para cargar con ella durante toda la vida, tal es la impresión e indignación de los que han vuelto.

Desde allí se preguntan qué es lo que pasa que no mueven ni un dedo, que son seres humanos huyendo, que son niños y mujeres, ancianos y enfermos, perseguidos políticos o por su condición sexual o por su apostasía, que son gentes de múltiples regiones donde ya no tienen ni su casa ni su arraigo.

Pero parece que hay otras preocupaciones más acuciantes que estas. Un vistazo al panorama mundial nos deja con una preocupación a la que no se le puede meter el diente intelectualmente, porque hay emociones y sentimientos que no remiten con el razonamiento. Por un lado por la falta de transparencia en las negociaciones entre Estados; por otra parte los movimientos en Oriente Próximo y Medio, donde Egipto, a punto de estallar otra vez, le regala unas islas en el mar Rojo a Arabia Saudí por no se sabe muy bien qué intercambio oscuro ha hecho.

El reciente acercamiento de Israel y Turquía para intentar frenar la batalla que muchos ven venir en Gaza, donde apenas tienen para comer, vestir, ir al hospital o a la escuela. En Líbano esperan su oportunidad las milicias dispuestas a vengar a sus líderes en suelo palestino. Y Siria, la joya de oriente y crisol de religiones, convertida en una escombrera donde los rusos edificarán la mayor base militar del mundo -exceptuando la norteamericana Kosovo-.

Y si seguimos sondeando, en el mapa frío de Europa nos encontramos con guerras en ciernes en Chechenia, Alto Karabaj y Armenia, Rusia y Ucrania, Turquía y los kurdos y coronando esta década de despropósitos el ISIS que es la punta de lanza de la guerra de guerrillas en los países occidentales, donde las masacres se suceden cometidas por propios europeos radicalizados en los guetos de las ciudades más importantes y más ricas del continente.

Cuando escribo este articulo, se están celebrando en la hamada argelina, en Tinduf, los funerales por el presidente Mohamed Abdelaziz, secretario del Frente Polisario, fallecido la semana pasada. Y allí en la parte de la nada que comparten hay un pueblo sin Estado que lleva cuarenta años esperando a su Moisés, una solución diplomática y política a su justa reivindicación; pero ahí están como si siempre hubieran estado, casi invisibles, sin prestarles la atención debida a una población que ama la paz y que renunció a la lucha armada hace veinticinco años. Y no hay muchos pueblos en el mundo oprimidos que no estén armados y luchando. Pero ni con la paz por delante y el dialogo se les da salida a estos seres humanos que quieren continuar con su identidad y su cultura en su tierra, que no es otra que el Sahara Occidental.

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