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Papel vegetal

¿Habrá sido todo en vano?

El Banco de España pide menos protección para los empleos fijos, según leemos en la prensa. El objetivo, dice la institución, es "desincentivar" la temporalidad. Cualquier pretexto vale hoy para recortar derechos.

¿Derechos? ¿Qué es eso? Como decía hace poco el presidente de la patronal española: eso de un empleo para toda la vida es cosa del pasado, del siglo XX. ¡Y estamos en el XXI aunque los trabajadores no parecen querer enterarse!

Enterarse de que hace ya más de un cuarto de siglo cayó el telón de acero o "la cortina de hierro", como la llamó Winston Churchill, y el capitalismo -¿se nos ha olvidado ya acaso esa palabra?- campa hoy en todas partes por sus respetos.

Lo que ahora toca, lo moderno, lo guay, es la flexibilidad laboral: es lo que enseñan en las escuelas de negocios, esas en las que -ya sea en Madrid o en Helsinki- se dan las clases directamente en inglés, el idioma del "business" y del "free trade", ambos tan caros al mundo anglosajón, que es quien nos marca el paso.

Todo lo que sea poner obstáculos a la máxima obtención de beneficios por parte del capital se considera retrógrado: casi antediluviano. El trabajo ha dejado de ser un derecho para convertirse en un bien cada vez más escaso y que hay que ganarse a pulso y en dura competencia todos los días.

Eso de la seguridad laboral es propio de regímenes burocráticos y totalitarios como los que por fortuna hace tiempo que dejamos ya atrás. Lo que se impone es la flexibilidad, el trabajador autónomo, ese que es enteramente responsable de su éxito o su fracaso en la vida.

¿Qué es eso de pretender que se cumpla un horario, de insistir en que le paguen a uno las horas extraordinarias cuando se ha firmado un contrato por seis u ocho horas pero se termina trabajando diez? ¿O aspirar a que le paguen a uno las vacaciones o los días en los que no acude al trabajo porque está enfermo?

A la vista de lo que proponen algunos de nuestros empresarios, para quienes competir en el mundo globalizado no es poder fabricar bienes u ofrecer servicios con más I+D incorporado sino rebajar sueldos y alargar horarios, uno se pregunta si habrá sido finalmente todo en vano.

Si lo habrán sido tantos sacrificios de nuestros antepasados, tantas luchas obreras, tantos años de cárcel, tantas huelgas y revoluciones como fueron necesarias para lograr que se aboliera el trabajo infantil, que podía llegar a las dieciséis horas diarias en la revolución industrial, e ir reduciendo poco a poco la jornada laboral para todos hasta llegar a las ocho horas.

¿Conviene recordar, por ejemplo, algo que muchos tal vez no sepan porque son cosas que no parecen importar demasiado, que fue España el país europeo que primero aprobó por ley la jornada de ocho horas y que lo hizo en 1919 tras una huelga general de 44 días en Barcelona?

Claro que, si atendemos a la historia europea, en aquel momento estaban calientes la revolución bolchevique en Rusia, el levantamiento espartaquista de Berlín y otras agitaciones obreras, que hacían temer también aquí la oleada comunista.

Y hoy el comunismo, al menos el de Marx y Lenin, parece haber pasado a la historia.

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