La Provincia - Diario de Las Palmas

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Palabras en el Malpéis

El patio era una fiesta

El patio del Pérez era el anuncio de una fiesta, la celebración de la vida, la bendecida promesa de un país aún por hacer. Y nosotros, la generación que recogeríamos los frutos de aquel jardín llamado Libertad prometido por los que apuntalaron la Transición.

El instituto, con esa pátina de ingenuidad adolescente que anunciaba la consabida rebeldía asamblearia que nos esperaba en las aulas de la Universidad, era una extensión de la calle. La calle era un verso de Agustín Millares, un vuelo de pantalones acampanados y cintos con chapas comprados en Casa Ruperto, un póster del Pueblo Canario Unido en la esquina del barrio, una canción de Silvio con acordes imposibles, una vida llena de vida.

La ciudad y la Isla aún tenían territorios salvajes que explorar con compañeros de pupitre: La Cícer y su desconchabada geografía de barrio obrero con ínfulas industriales; la orilla de la playa, asaltada por el oleaje del mar del norte; el olor químico de los talleres de chapa y pintura que señoreaban en aquella esquina de la ciudad, a distancia de la seguridad efímera del último curso del instituto.

Volvíamos a clase después de haber rumiado nuestra frustración por no poder cortejar a las olas encima de una rudimentaria tabla de surf, a modo de aquellos peludos con aroma de pachuli. El futuro esperaría por nosotros, pensábamos mientras la guagua traqueteaba rumbo al Obelisco por una ciudad afeada que fue un día un paseo para tartanas.

El Pérez era, entre el profesorado, un asunto de zoología: un nido de rojos decentes y con cierta inclinación a la disidencia a propósito de su naturaleza intelectual; un remanente de antiguos sabios de cátedras históricas que se rimaban en latín; penenes o similares en espera de plaza fija donde aburguesar sus vidas y heroicos profesores de educación física frustrados por la naturaleza indisciplinada de sus alumnos, incapacitados para plantar cara al orden deportivo de los equipos de los colegios de curas.

Pero entre casi todos aquellos docentes existía una firme vocación por la enseñanza pública, por contribuir con su ejemplo de sólido magisterio a formarnos como ciudadanos de una sociedad nueva, reivindicadora de sus derechos como pueblo, inquieta por conocer su pasado, resuelta a dejar de ignorarse. Don Daniel Verona, Pepe Alonso, Suso Torrent, Cristóbal del Rosario, Pepe Luján y tantos otros... Unos ya fallecidos y otros, afortunadamente, reencontrados de vez en cuando por las calles de nuestra ciudad atlántica.

Felices ellos de su gozosa jubilación; agradecidos nosotros por todo lo que nos dieron. Eso fue cuando el patio del Pérez Galdós era el anuncio de una fiesta, la celebración de la vida, la bendecida promesa de un país aún por hacer.

(*) Hoy jueves, 9 de junio, a las 19.00 horas y dentro de los actos conmemorativos del centenario del Instituto Pérez Galdós, se presentará en el salón de actos del centro el libro El Instituto Pérez Galdós (1916-2016), 100 años al servicio de la educación pública. Este artículo forma parte de los muchos compilados entre antiguos alumnos para la confección del libro

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