Todavía estoy entre el sí y el no a la hora de hacerme con el pack completo de la última aportación connection socialdemócrata. Siempre he tenido la idea de ser un torpe redomado frente a las excelencias decorativas de Ikea. Uno se enfrenta al montaje de la estantería o de la mesa de noche con el convencimiento de que le va a sobrar un tornillo, y que como consecuencia de ello va a tener que sufrir durante un sueño profundo el golpe seco por la caída descontrolada de las baldas. Es mi pensamiento más sincero sobre la segunda unificación de Podemos tras su alianza con IU: llevar a sus candidatos hasta la pureza doméstica sueca para hacernos recordar el mundo feliz del irrecuperable Olof Palme, asesinado en 1986 en el centro de Estocolmo, un trauma para el paraíso nórdica. Pues con el reconvertido programa político de la tropa de Iglesias me pasaría lo mismo: no compondría el acertijo y acabaría trufando el caldero de IRPF, pensiones y PIB, y siempre me sobrarían porcentajes inexplicables, o sea tornillos sin agujeros.

El PSOE y Unidos Podemos se discuten la segunda plaza, aunque ya el CIS dio ayer su toquecito de amargura a los socialistas al situarlos como terceros, con una remontada de los nacidos en la facu de Ciencias Políticas. Las dentelladas entre los dos van a ser tremendas, y de órdago las herramientas a utilizar para demostrar quién tiene más ADN socialdemócrata. En fin, el tema de siempre, un aburrimiento salvaje.

Ser torpe o manazas no cierra el capítulo del influjo de la socialdemocracia a través del mueble sueco, campo abierto por Unidos Podemos para una tesis doctoral. Una vez adquirido el best seller, extraño y apático frente a la cama desalmada, conduzco la mirada por cocinas y salones de tonos suaves, cremosos, llenos de luces crepusculares que incitan a la siesta, hastiados del sopor de los días que transcurren entre la funcionalidad... Y de pronto: Iglesias que riega el cogollo verde de una planta rodeada de libros; Errejón entre jabones y champús; José Julio Rodríguez dando brillo a los platos... La socialdemocracia en su esplendor.

Sigo hacia una zona de estudio, y me pongo en situación de estratega podemita: ningún votante se puede imaginar a Rajoy repantingado, codo con codo con su hijo, enfrascado en el auxilio de las tareas escolares, entre una carpintería clara, con el estor medio desenrollado, con un jarrón con un tulipán.... No, diría el estratega, el candidato del PP se movería entre la oscuridad de la caoba, los visillos pétreos, los sillones aterciopelados, tapices en las paredes, una sirvienta uniformada...

Pero a sabiendas de que no voy a comprar nada, ni una regadera metálica ni un sacacorchos de última generación, prosigo a la búsqueda del contrario de Pedro Sánchez. Quizás en el garaje: un candidato cualquiera que ordena meticulosamente los troncos para su chimenea, y frente a él un líder socialista que tira su pelota de baloncesto en una canasta portátil. Y que se aleja feliz, sobrado, con su cara agrietada, con cierto punto canalla, hacia la puerta acristalada de una cocina de la que salen vapores de la cocina... Su esposa levanta la vista y le dedica su mejor sonrisa. ¿Estamos ante candidato socialdemócrata?

Según el CIS, los atrevimientos no son valorados de la misma manera que las llamadas a la evolución de crianza menestral (entendido como lo no artístico) que promueve Mariano Rajoy. La negativa del registrador a los experimentos marca la división entre dos perspectivas sobre cómo debe caminar el país. Gana aún la España que mira de reojo las consecuencias de un sorpasso. Y todo ello tiene que ver con el orden estético de la vida.