La primera aparición de don Pietro, el sacerdote al que interpreta Alessandro Gassman (sí, el hijo del gran Vittorio) en Si Dios quiere, dice mucho de la película. Lo primero que vemos del cura es su silueta recortada contra la luz de una sala circular en la que le esperan decenas de jóvenes ansiosos por escuchar sus palabras. Acto seguido, ya de frente, la cámara repara primero en sus deportivas, que contrastan con la sobriedad del resto de su vestimenta. Su discurso, no podía ser de otro modo, tiene un punto irreverente, con estructura de monólogo de humor.

El personaje casi parece sacado de Dogma, aquella película de Kevin Smith en la que la iglesia, alarmada por la pérdida de fieles, lanza una campaña de "Catolicismo guay" que culmina con la revisión de la iconografía tradicional para incluir al "Jesucristo colega". Pero el tono de Si Dios quiere, que nadie se engañe, no es paródico o desmitificador. La película de Edoardo María Falcone, de hecho, es todo lo contrario: un filme amable, fiel a su denominación de origen (la añorada commedia all'italiana) y nada controvertido.

El planteamiento es sencillo: el choque entre un cirujano con ínfulas de "doctor House" y el cura, a cuenta de la inesperada vocación del hijo del primero.

Con una estructura reconocible, Si Dios quiere avanza con solvencia gracias a algunos gags bien trazados y a un buen reparto que, entre otras cosas, nos permite recuperar a la estupenda Laura Morante, inolvidable partenaire de Nanni Moretti en La habitación del hijo. Incluso su final, sutil e inteligente, es acertado. Pero el filme falla en algunos pasajes extrañamente arrítmicos, que se intuyen mal resueltos en la traducción o el doblaje, y a un incómodo tono adoctrinador, que se recrea en su defensa de la religión y la familia tradicional. Dos aspectos que afean el conjunto de manera crucial. Valga la redundancia.

Aceptable comedia italiana con un buen reparto, pero con un incómodo tono adoctrinador.