La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cira Morote.

Letra pequeña

Cira Morote Medina

Perra vida

Mueve los labios y emite unos sonidos guturales extraños. Hace aspavientos, estará espantando moscas. A veces se para con otros como él y están largo rato con la misma cantinela... Diablos, este collar antipulgas me tiene frito.

Recuerdo los viejos tiempos, cuando vivíamos en Tafira, tenía todo el jardín para dejar mis recuerdos, sin que viniera nadie detrás con una bolsita y un spray de jabón a enmendar mi obra de arte. El otro día, en la plaza de la Feria, uno de ellos, con una libretita y mucha autoridad, le dio un papel a mi dueño que creo que no debió de gustarle nada, porque cuando llegó a casa lo arrugó con rabia y lo tiró a la basura. Ella le sacó la dichosa bolsita y la puso a la altura de su hocico -por cierto, qué incómodo debe ser andar siempre con el hocico seco-. Pues eso... en nuestro antiguo hogar había reuniones a las que acudían los amigos de la pareja, cada una con un compañero peludo de rancio abolengo, todos de mi nivel, no como estos pulgosos a los que tengo que mantener a raya marcando territorio en cada esquina del barrio. Mientras nosotros nos divertíamos persiguiendo a Fifí, la yorkshire del cónsul, ellos reían y bebían un líquido que no sé muy bien de qué color era, porque como ustedes saben, nosotros los canes vemos todo en blanco y negro.

En nuestro último viaje me compraron una correa que daba gloria verla, con unos huesitos en oro blanco... monísimos. Ella me llevaba de aquí para allá y no paraba con los sonidos guturales. En mi platito nunca había sobras, solo lo mejor de lo mejor, que estoy delicadito de estómago desde que me merendé los cojines de cachemir.

Pero todo ha cambiado mucho. Él llevaba corbata, siempre. Ahora es más de chándal. Ella se deja crecer las raíces y se pasa el tiempo con el patchwork ese, que ya no doy avío a destrozar mantitas. Él se ha dejado crecer pelo debajo de la nariz y se ha descuidado con el peso, debe ser el doble de grande que cuando me compró aquella Navidad en la que me llevaron a Tafira con un lazo rojo en la cabeza.

Aquel día la abuela no paró de rascarme la barriga. La tenían como un mueble, en una esquina. Me hablaban más a mí que a la viejita, que siempre olía a lavanda. Nunca supe si se daba cuenta de algo, parecía como ida. De un día para otro, desapareció. Los meses que siguieron no me dejaban salir al jardín, me lo hacía por todas partes, pero no les importaba... Hasta que me escapé. Aquellos huesos olían desde fuera del orquidario, el aroma me era familiar. Como eran muchos y grandes decidí enterrarlos en distintos sitios, el cráneo me costó moverlo... es lo que tiene ser un chihuahua. No me dio tiempo a desenterrarlo cuando escapamos por detrás en medio del ruido de las dichosas sirenas. Perra vida.

@CiraMorote

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