Tres paquetes de cortezas de cerdo, dos de papas con sabor a jamón serrano, media docena de cervezas, silencio espectral, algún refresco que provoque pocos gases, la luz del salón a media asta, el perro ni de coña (molesta con su hueso de plástico), el fregadero y su ruido con la vajilla ni tocarlo, los niños del cuarto ya en cama, el ascensor inmovilizado para evitar apertura y cierre de puertas? Quizás unos guacamoles envasados y algo picante, hace falta una pizca de tensión. No se puede colocar uno delante de la pantalla con la mente relajada: hay que estar avizor, temperamental, casi como un partido trascendental de La Roja, igual que Simeone en los laterales, metido hasta el tuétano en la trama, de la misma forma que el sparring ayuda al candidato a poner los labios tensos, finos, para lanzar cualquier llamarada por la boca. Así puede ser el bodegón apto para un tipo de clase media-baja, con muchas compras aplazadas encima, soñador empecinado de la mejor pensión de jubilación, deseoso de que sus hijos tengan trabajo, que toma la decisión de seguir el debate a cuatro -el único- entre Rajoy, Iglesias, Sánchez y Rivera. Su aspiración máxima es que entre ellos no se deslice ninguna nuez de mantequilla: quiere guerra. Dentro de su cuerpo anida un malestar, una rabia tremenda, que sólo puede ser saciada con dureza. En los momentos de debilidad, cuando sale a relucir su influencia socialdemócrata, acuna la idea del acuerdo, pero inmediatamente gira hacia su intransigencia más interna, a ser lo menos transversal posible, a exigir algo de piltrafa para llevarse a su paladar seco, plagado de insatisfacciones, hundido en el correoso paisaje de los recortes, en el tsunami de la exasperante corrupción que le machaca todos los días por la radio camino del trabajo, fusilado por la depresión que le provocó la fulminación de la paga extra de Navidades? No entraba en convulsiones ni echaba escupitajos entre los dientes, pero al llegar a ese estado le pasaban lo más irritante que hubiese en la mesa, el sabor que funcionaba como un Prozac, que interfería entre lo más ajetreado de sus vías neuronales? Poco a poco las voces de los candidatos empezaban a sonar a una salmodia. Ya no quedaba nada comestible, y su esperanza máxima era que sonase el móvil para preguntarle quién había sido a su juicio el ganador del debate. Decía una cualquiera. Se trataba de joder al que hacía la encuesta.