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De todo un poco

Pecados y pecaditos

Hace un par de semanas que mi nieta Catalina (Biyú para mí), con diez años recién cumplidos y siendo la más pequeñita de mis cinco nietos, hizo su primera comunión, lo que constituyó un motivo de alborozo para toda la familia. Como suele decirse, "no es porque sea mi nieta, pero estaba guapísima". Y la cierto es que sí que lo estaba, porque además tiene una dulzura para llenar una pastelería. Viéndola en el altar con todos sus amiguitos, recordé lo feliz que estaba el día que se confesó por primera vez, acompañada de un pequeño nerviosismo por lo "insondable" del momento. Y me vino también a la memoria una historia de su hermana mayor, Donina, que el próximo mes cumple diecisiete años, pero que aún, a pesar del tiempo transcurrido, no he podido olvidar aquella anécdota que hoy les quiero contar.

Tenía seis añitos y se encontraba en misa acompañada por sus padres y su hermano pequeño, Pablo. Como niña, no paraba de hacer una torre de preguntas durante la celebración, como por ejemplo "qué eran aquellos cuartitos pequeñitos donde se metía la gente a contar cosas". "Eso es un confesionario". Le dijo su mamá. "¿Y qué es un confesionario?" "Un sitio para confesar tus pecados". "¿Y qué es confesar pecados?" "Decirle al cura las cositas que has hecho mal, como molestar a tu hermanito". "¿Y qué hace luego el cura?" "Pues el cura, en nombre de Padre Dios, te perdona tu mal comportamiento y te pone una penitencia para que reces unas oraciones", le explicó su paciente mamá.

En un despiste de sus padres, la niña, curiosa, se metió en la "cabina" saludando al sacerdote con un "hola, cura, te vengo a contar un secreto, pero no se lo digas a nadie". Contó su "pecadito" en una conversación que parecía cómica, pues el sacerdote reía más que parpadeaba mientras la niña no mostraba ninguna señal de querer irse de allí. Acabada la "íntima revelación", regresó con su mamá, quien le preguntó de qué se había confesado y si el clérigo le había puesto alguna penitencia, a lo que mi nieta, abriendo el cerrado puño de su manita y mostrando una hermosa pastilla, dijo a su progenitora, "sí, mami, me puso en la mano una penitencia de menta, pero como no me gusta la menta se la pedí de fresa y me la cambió". Y ni corta ni perezosa se la echó a la boca dejando al hermanito con tres palmos de narices diciéndole "para que te dé una penitencia como la mía, primero tienes que pecar".

En fin, que ya se ve que la penitencia (contrición, expiación, enmienda, etcétera) para todo confesado es, dependiendo de la edad, una compensación satisfactoria para el espíritu o para el paladar... y siempre una serenidad para el alma, tan necesitada de mieles para andar por este loco planeta que no es precisamente una confitería. Ay, Señor, qué mundo este..

www.donina-romero.com

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