Todo proceso de cambio se construye desde un grupo, una narración, un contexto y unos personajes. El grupo, como un microcosmo donde se reproducen las relaciones humanas y los intereses. La narración es el pretexto para recorrer un viaje y la misión para mover el entorno. El contexto, el que modela a cada ingrediente sin saberlo estos. Y los personajes, la naturaleza viva, creativa e hiriente del relato. En todo proceso de cambio no solo cambia lo real, sino que el propio viaje hace que los personajes se muestren desnudos, sin coraza de sus reales motivaciones y se desprenda todo el hedor de la traición y el abandono. Cada grupo que nace se conforma según el carácter y capacidades de sus miembros y las circunstancias que les unen y mantienen juntos. El proceso grupal tiene que ver con cómo opera el grupo, cómo pone sus dinámicas espontáneas e inherentes al servicio de sus objetivos. Los grupos se conforman en torno a tareas comunes, explícitas e implícitas. Surgen sentimientos y motivos, comunes o dispares, que ligan y definen los mundos de fuera y dentro. La narración es el proyecto que el grupo asume como fuente de su identidad y compromiso para el viaje. El viaje es el recorrido del grupo en el tiempo para el desarrollo de lo imaginado donde la coherencia y la superación de adversidad redefinen a los miembros del grupo y al grupo como entidad. Y los personajes son los miembros del grupo, diversos y contradictorios.

Interesa caracterizar las tipologías de los diferentes personajes que uno se encuentra en los largos viajes que ha vivido, porque suelen ser muy comunes, cada vez que un grupo acomete un compromiso. Reconozco un esfuerzo arbitrario, un juego en lo escrito pero también de forma inocente transcribe una experiencia. Unos han sido una sorpresa, sobremanera los ilustrados, con sus nombres reconocidos. Son formalmente educados, una cultura extensa, con liderazgo donde se mueven, alto sentido institucional, con sentido del humor llegando a lo burlesco y elocuencia creativa por su uso del verbo, y se posicionan en un vitalismo orteguiano ante lo humano, e incluso algunos veneran a Spinoza y Camus y no viven atrapados en dinámicas clientelares. Con este grupo he sentido reprocidad en relación con el goce por su actitud insobornable ante sus valores -incluso con los afines a su pertenencia ideológica- frente a los poderes constituidos. Otros, los grises, se presentan como normativos, reservados, con gusto exquisito por la adulación llegando a lo infantil en un narcisismo incurable, y donde lo nuevo es una amenaza. Y los cínicos modernos, ni valores ni ideología, lo que toque decir en cada momento. Se muestran desconfiados, astutos, hostiles ante el universitario y la cultura, y la pompa de su posición la exhiben como encanto personal, nada dice a la cara. Tienen un pavoneo por delante y otro por detrás, y les fascina la norma, claro, para el enemigo. Su acercamiento cuando se produce está lleno de sonrisas y amabilidad y es siempre preludio de que te prepara una buena. Hacia los de arriba se muestra sumiso -no hay que llevarles problemas- y hacia los abajo despótico y dominante. Esto es común con los progresistas posavasos cuando tienen posición de gestores de lo público. Se convierten en defensores de los suyos, de los que les promocionó, en un alarde ingenuo de servilismo, como si pensaran que el tiempo se ha detenido en su instante para ellos y su linda figura. Estos usan, en sus viajes, las mismas palabras pero al final descubres que no están en lo mismo. El lenguaje les sirve de camuflaje por su ambición y para adquirir una posición cercana a aquellos que en un momento dado les coloca cerca de lo inconfesable. Parecen que están en el mismo barco, pero solo él sabe que tiene una pierna fuera. Y a veces, ofrecen la cabeza de aquellos de los que se han nutrido, en una bandeja de plata, como símbolo de entrega institucional y de su nueva evolución para mantener con ello la distancia con su pasado. Después, con el tiempo, suelen volver al mismo grupo como si nada hubiese ocurrido, como si Roma no pagara traidores. La memoria una vez más suele ser la mayor enemiga de muchos.

Las últimas palabras, para los románticos inocentes que no se derrotan, para los que suenan, para los que no se entregan, para los que mantienen la dignidad y el compromiso con el buen hacer, esos que piensan que pueden hacer algo por su comunidad. Estos les aseguro también existen, doy fe de ello, los he tenido a mi lado, son numerosos sus nombres, que respiran como ángeles. Con ellos he pasado horas y horas, reflexionando cada cambio de situación, meditando cada paso sin perder el conjunto para no perder el viaje, haciendo cosas en común, movimiendo los obstáculos, muchas veces preocupados, enojados y tristes -porque no- cuando los dragones empujan en otra dirección, pero firmes como los convencidos que leen a caperucita roja. Estas tipologías probablemente, con sus variantes, pudieran ser reconocidas por el lector si mira el desarrollo de los personajes en los grupos y viajes que ha participado. Desconozco si definen a los sujetos por sus maneras de ser o por sus maneras de estar, no sé si le son propias o resultantes de sus contextos. Menos mal que la coherencia no está en venta ni autoayuda que valga. Vale.

(*) Profesor titular de Psiquiatria ULL