La entrevista de Pablo Iglesias en El País demuestra su grado de invulnerabilidad actual, que podría recitar la guía telefónica al periodista sin mayores problemas. Incluso podría ganar algún voto más. Iglesias tiene una respuesta -falsa, postiza, inconsistente o contradictoria- para todo, y hasta para fastidiar un poco a Errejón es capaz de afirmar, sin que le tiemble la coleta, que Podemos tiene, incluso, rasgos peronistas, y que su leal segundo no tendría en su altar ni siquiera al plasta de Laclau, sino a Evita Perón. Iglesias es el rey del mambo del cambio y gracias a su innegable inteligencia estratégica, al astuto uso de la televisión y las redes sociales -unos 4.000 soldados digitales perfectamente entrenados y conectados a su disposición- y al hartazgo generalizado por un sistema político carcomido por la partidocracia, la corrupción política, el deterioro institucional, el desempleo y la desigualdad, ha completado la primera fase de su proyecto: conectar y articular alianzas con las izquierdas ya asentadas en territorios problemáticos -Cataluña, Valencia, Galicia- y absorber a Izquierda Unida. El objetivo era sustituir al PSOE como primera fuerza de la izquierda y para eso Iglesias y compañía -incluyendo, por supuestos, a Izquierda Anticapitalista- han sido comunistas, altermundistas, radicales a la italiana, antisocialdemócratas, ecologistas, socialdemócratas, republicanos, patriotas españoles, fuerza comprensiva con los deseos de Cataluña y el País Vasco para pronunciarse sobre su continuidad en el Estado español, respetuosos con la monarquía parlamentaria, lo que haga falta. Lo que importa, atrae, captura o convence es la apelación emocional al sujeto, que es lo único que articula cada propuesta inédita y sorprendente. Esta apelación emocional era airada, indignada y colérica incluso al principio, hace año y medio, para llamar la atención y el apoyo de sectores nítidamente izquierdistas, juveniles, en dificultades socioeconómicas. Ahora se ha transformado en una actitud más serena, tranquila, constructiva y, finalmente, sonriente, para alejarse del estereotipo del comunistón cejijunto, malhumorado, cabreado con la vida y con la Historia, patológicamente insatisfecho y carente de sentido del humor. La sonrisa de un país parece el título de un documental de la Fox, pero el eslogan no tiene otro objeto que demostrar que son humanos, demasiado humanos, e incapaces de matar una mosca ni militarmente ni por vía presupuestaria.

En una semana -si no ocurre un milagro -el PSOE estará casi liquidado. Y los verdaderos socialdemócratas se verán abocados a apoyar a un Gobierno de Pablo Iglesias o a abstenerse para que gobierne Mariano Rajoy. Uno intuye que a Iglesias le gustaría prioritariamente lo segundo. Anhela un nuevo bipartidismo, por supuesto, y eso lo asegurarían unas terceras elecciones buenas, bonitas, baratas. La carcajada de un país. Ya verán.