Como en la etapa, puaj, de la vieja política, en este debate de la nueva entre cuatro candidatos presidenciales ganaron todos. Y, como ocurría antes, ganaron todos mintiendo. Mariano Rajoy insistió en sus mentiras económicas: ni España es el país que más crece de la Unión Europea, ni bastarían con crear dos millones de empleos precarios y mal pagados para asegurar las pensiones y los sistemas públicos de sanidad y educación ni ha movido un músculo en materia de lucha contra la corrupción, la mentira más hiriente y miserable y encanallada de todas. Albert Rivera le precisó incluso la cantidad que había cobrado según la contabilidad de Luis Bárcenas y Rajoy, capaz de entrar en catatonía si debe pronunciar la palabra Constantinopla, ni siquiera pestañeó: un hombre honrado hubiera hecho algo (protestar, ironizar, lanzar un sarcasmo, enrojecer, pegar un golpe sobre el atril,) pero el presidente en funciones, convencido de que cobrar en negro un sobresueldo no es pecado, ni se inmutó. Otro instante glorioso (y casi inadvertido) ocurrió cuando Pedro Sánchez le acusó directamente: "Usted no ha sido capaz de asumir su responsabilidad personal por los casos de corrupción de su partido". Rajoy respondió literalmente: "Y usted tampoco". El jefe de Gobierno no replicó que él no tiene responsabilidades, atención, sino que le reprochó al dirigente socialista que actuaba igual que él, que Mariano Rajoy, el Sobresueldos, el compañero y amigo de Rato, de Rita, de Matas, de Camps. Creo que fue el momento más sórdido y ruin y emporcado del debate y no he visto a nadie subrayarlo.

Sánchez mintió menos, pero fue porque llenaba todos los minutos disponibles en recordar lacrimógenamente su fallida investidura presidencial y achacar su fracaso a Podemos, lo que es cierto, pero como argumento no resulta suficiente estímulo, digamos, para votarle. Albert Rivera mintió, sobre todo, respecto a Podemos, como cuando dijo que Pablo Iglesias y sus cuates querían salir del euro, repitiéndolo una y otra vez: en el programa electoral de Podemos, ni en el de diciembre ni en el actual, no se plantea. Por último Iglesias mintió con el desparpajo y tino que le caracteriza: desde que los ayuntamientos del cambio (así llama a los gobiernos municipales de Madrid y Barcelona) han reducido su deuda y atraído mayores inversiones (lo primero en un proceso sujeto a un programa de gastos que ya empezó en los últimos años de Botella y Trías y lo segundo un bulo sin más) hasta que sea posible evitar los recortes presupuestarios para cumplir el Programa de Estabilidad establecido por Bruselas, enlazando así con Rajoy, quien proclamó que no recortaría absolutamente nada. Ninguno recortará un euro, por supuesto. Es la última y sintética gran mentira, la falsedad más estúpida, pueril e insultante, la burla a los ciudadanos más descarnada y brutal. En eso sí que existe un consenso perfecto entre los cuatro aspirantes presidenciales.