Mario Conde puso una vez a este país al borde de la psicosis con unos informes confidenciales, que, según él, atesoraban comportamientos ilícitos que harían tambalear la estabilidad de más de una institución del Estado. Volvió de las mazmorras igual que un Ave Fénix y se dedicó a lo más que sabe hacer: burlar cualquier fiscalización a falta de no poder ser candidato político para explicar cómo el sistema acabó con él. Pero en la vida hay que demostrarlo por partida doble, y así entró de nuevo al penal por presunta repatriación del dinero esfumado de la caja de Banesto. Y en esta parte de El Padrino estábamos cuando el juez acuerda pedirle una fianza de 300 millones a cambio de recobrar la libertad, seguro que para sentarse en su casa a hacer ganchillo. Pagan unos señores de la Fundación Francisco Franco, colegas de francachelas de calado conspiratorio, con unas parcelas que tienen en Fuerteventura. Este desenlace, permitido por su señoría bajo la creencia de que no va a huir, y con la oposición de la Fiscalía, resulta, ¡qué quieren que les diga!, de lo más tóxico para enturbiar una campaña electoral, e incluso para desencadenar maldiciones sobre el diferente rasero con que trata la Justicia a los supuestos delincuentes de guante blanco. Si en este momento un encuestador de sondeos electorales varios me pregunta sobre cómo me siento tras oír que Conde se puede subir de nuevo en su Jaguar, no duden que contestaré lo siguiente: indignado, muy indignado, cabreado con el sistema judicial, rencoroso con una casta (y aquí está justificadísimo el nombre) que parece confabularse para ayudarse entre sí, necesitado de explicaciones y hasta obnubilado por una togas que amparadas en su independencia toman decisiones cada vez menos comprensibles para el resto. A Mario Conde no le ha hecho falta presentarse a unas elecciones para dar su versión de la honradez. Entrar y salir de la cárcel, si tal hecho se consuma, pone en jaque la credibilidad de la democracia, y de paso llena aún más de zozobra a tanta y tanta gente que cumple rigurosamente con sus obligaciones. Una vez más, la Justicia se convierte de nuevo en una payasada, y ahora lo hace en víspera de una cita electoral y con Mario Conde.