Me he dedicado a buscar alegría para el cuerpo entre la selva de la campaña electoral, y no he encontrado nada. De ahí que me paso a la política ficción: Moragas, el rasputín del PP, no está dispuesto a dejar pasar por alto la visita de Cameron al Peñón de Gibraltar para hacer campaña a favor del Brexit entre los llanitos [suspendió a última hora el mitin por el asesinato de una diputada laborista]. Lleno de añoranza, pide que le pongan con el teléfono rojo de la cancillería londinense de Federico Trillo. Le reclama que consulte en su cuaderno de bitácora cómo fue el desembarco de la flotilla que envío a Perejil. Le transmite el patriotismo necesario para que haga memoria y repase a viva voz su "al alba y con tiempo duro de levante..."

- Saca pecho Federico, quiero oírlo bien fuerte, quiero contaminarme de esa energía tan tuya.

Alrededor de Moragas hay un corrillo de gaznápiros muy embobados con los gritos de "¡hurra, hurra, hurra!" que profiere el jefe de campaña del PP. Trillo lamenta no poder estar más cerca para insuflar a Rajoy de las suficientes dosis de patriotismo para acabar de una vez por todas con la verja de Gibraltar. A él le acaban de comunicar que Cameron se entrevistará con Picardo. Ha sido insoportable: echó pestes contra el atrevimiento del premier , aunque sabía que no podía ir por libre. La llamada desde Génova a su jaula dorada le llenó los pulmones. España tenía que manifestar su protesta; nada de visitas británicas de alto rango al territorio ocupado; nada de conchabos al estilo de Moratinos; nada de condescendencia; nada de humillaciones; nada de soportar la superioridad de una nación cubierta de naftalina...

Federico Trillo estaba pletórico, por un momento hasta creyó que desde Moncloa le iban a permitir lanzar la arenga para desentumecer a la Brunete. O que como mínimo iba a ser testigo del episodio histórico de un kit kat en la campaña, con una comparecencia solemne de Rajoy ante las cámaras para anunciar la ruptura provisional de relaciones con Gran Bretaña, el cierre del pasillo de Gibraltar y muchas cosas más. En el PP pedían látigo y se preparaban a toda carrera informes sobre la influencia de un acto de defensa patriótico en la captación del voto indeciso, en especial el que aspira al orden y a la jerarquía. Todo parecía ir bien hasta que el líder se puso antojadizo: lo llamó un amigo o un primo de Villaconejos y ordenó acabar con la política ficción.