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Papel vegetal

¿Gran coalición?

Escribo estas líneas desde Alemania, país en cuya Gran Coalición parecen fijarse empecinadamente como modelo ahora nuestros conservadores tras haber abusado durante más de cuatro años de su mayoría absoluta y cuando ya no les salen las cuentas para seguir por esa vía.

Pero el PP no es precisamente la CDU / CSU y, con todos los defectos que sin duda tienen los cristianodemócratas y cristianosociales bávaros, el partido de Rajoy, Aznar y la ultraliberal Aguirre podrían aprender mucho de ellos.

Aquí, por ejemplo, el canciller Helmut Kohl, el hombre de la reunificación, tuvo que dimitir en su día de la presidencia de honor del partido que tantos años había dirigido por culpa de un escándalo de financiación ilegal.

Y, junto a unos medios de comunicación que hicieron bien su trabajo, fue la entonces joven Angela Merkel quien no vaciló en dar el golpe definitivo al hombre que había sido su mentor en política.

En Alemania han dimitido, forzados también por la labor consecuente y eficaz de los medios, un jefe del Estado y más de un ministro por aceptar el regalito de algún empresario o haber plagiado en sus tesis doctorales.

El PP es seguramente en este momento el partido de la UE con más graves casos de corrupción en su seno, y, sin embargo, su máximo responsable, ya sea por acción u omisión, continúa a su cabeza y, de paso, al frente de la nación, como si no fuera con él la cosa. Algo que sería imposible aquí.

Y lo que es más grave, ese partido fue ya en las últimas elecciones el más votado mientras quedaban fuera del Parlamento otros que lucharon desde el primer momento contra la corrupción, parece que va a serlo otra vez, como si millones de españoles estuviesen ya inmunizados contra tales comportamientos.

Vemos también cómo en otro país de nuestro entorno, el Reino Unido, los partidos distan de ser bloques monolíticos y pueden estar internamente divididos en un asunto de capital importancia como el Brexit -la posible salida del país de la Unión Europea- y lo debaten con viveza e incluso apasionamiento en sus filas.

Es lo propio de una cultura democrática pues, como escribió en su día el pensador político John Stuart Mill, "la democracia es gobernar mediante el debate".

Una cultura que se echa de menos en nuestra derecha, marcada como está por un españolismo acrítico, que hace que los medios afines la apoyen sin fisuras y sus partidarios vuelvan a votarla con independencia de lo que haga.

Mientras tanto, la izquierda tradicional, la que representa el Partido Socialista, sigue como perdida, sumida en sus propios casos de corrupción y sus profundas contradicciones, y empeñada sólo en culpar a los nuevos de Podemos de estar obsesionados con suplantarla.

Una izquierda poco crítica también con los suyos, que se ha sentido con frecuencia demasiado cómoda con los poderosos, incapaz como tantos de sus correligionarios europeos de desarrollar nuevas estrategias en tiempos de globalización y de neoliberalismo imperante.

Una izquierda que no hace más que agitar continuamente, imitando en ello al PP y en consonancia con la nueva derecha liberal de Ciudadanos, el espantajo de la ruptura de España, y que, pese a todas sus afirmaciones en sentido contrario, puede resignarse a que siga gobernando el PP de todas las corrupciones si es nuevamente el partido más votado.

Y tenemos finalmente a Unidos Podemos, blanco continuo de las críticas de todos: no sólo de la vieja y nueva derecha, que le reprochan su coqueteo con los populismos latinoamericanos, sino también de destacados ex comunistas arrepentidos, hoy columnistas de la prensa liberal, que le achacan obsesivamente sus propios pecados de juventud.

Un partido, este de Errejón y Pablo Iglesias, que pretende ignorar que no le dejarán gobernar -"sorpasso" o "no sorpasso"- mientras en Europa sigan mandando los mercados y el PSOE sea víctima de sus propias contradicciones.

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