A mí no me preocupan los venezonalismos de Podemos. Algún día se escribirá la importancia que tuvo Venezuela -y algunos otros países, gobiernos y ámbitos académicos latinoamericanos- en la génesis de Podemos. Una importancia indisimulable. Por supuesto que hubo dinero. Y encargos profesionales. Y reiteradas invitaciones docentes a politólogos de treinta años (e incluso menos) que no disfrutabande un prestigio planetario y que si resultaban llamados a cursos y conferencias era por sus simpatías político-ideológicas. La red está trufada de videos de Iglesias, Errejón y Monedero expresando su encendida admiración por Chávez y su régimen. Ahora lo silencian. Pero Iglesias y compañía no van a hacer una revolución chavista en España. Eso es una estupidez Lo que quieren es el poder.

Tampoco me preocupa exactamente su programa electoral. No hay una sola propuesta política o económica realmente novedosa que justifique esa épica tarea de inventar un nuevo país que se propone a los ciudadanos. Todas las ofertas obedecen a un izquierdismo tan convencional e inercial que el folleto podía haber sido impreso hace 25 años, y mayoritariamente las propuestas están basadas en convicciones ideológicas antes que en los datos empíricos disponibles. Banca pública, derecho a la autodeterminación de catalanes y vascos, aumento de la presión fiscal a los multimillonarios como vía simple y descansada para obtener miles de millones de euros de ingresos suplementarios, subida del salario mínimo y de las pensiones y regreso a las condiciones del mercado laboral de los años setenta, porque no hubo gobierno más amable con los trabajadores que el franquista. Todo esto, si uno se toma la molestia de limpiar el documento de fraseología actual, es perfectamente comparable con los programas del PCE en 1986 (incluyendo el olvido tácito del republicanismo y la bandera tricolor).

No, lo que me intranquiliza de Podemos es el profundo desprecio que demuestra hacia los ciudadanos, a los que trata como alelados consumidores de publicidad, en combinación con el afán de poder y control social de su cúpula dirigente que, en efecto, conoce muy bien los clásicos del pensamiento político, pero que han diseñado un constructo teórico y una estrategia sin ocuparse ni preocuparse ni por el Derecho ni por la Economía. Lo que me preocupa es que detrás de su sonrisa Iglesias y Errejón pidan el indulto para un concejal de Podemos, Andrés Bódalo, que dio una paliza a un edilsocialista y acumula cuatro condenas por violencia callejera o que protesten por la condena de Alfonso Fernández, que solo llevaba una mochilita con material explosivo el día de la última huelga general. Y lo es porque en estos casos la fachada sonriente y moderantista se fractura un poco y deja ver que Iglesias y los suyos comprenden y disculpan esa violencia. ¿Y qué esperar de esta comprensión cuando lleguen a los ministerios?