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Reflexión

De Armenia a Compostela

El único pueblo ajeno al continente europeo que mantiene vínculos con el Camino de Santiago

Los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han proclamado en no pocas ocasiones que Europa no podrá reconocerse a sí misma si persiste en desentenderse de su identidad cristiana. En la forja de ese gran proyecto cultural y político, pleno de logros y realizaciones, que es Europa, el Camino de Santiago ha sido un eje vertebrador de extraordinaria importancia. Así lo pregonaron los papas Wojtyla y Ratzinger cuando visitaron la tumba del Apóstol, y así lo manifestó, siendo príncipe de Asturias, Felipe de Borbón: "Desde Santiago, España contribuyó a aunar valores y a ensanchar los horizontes de Europa".

Mas, ¿en dónde se halla realmente el límite oriental del continente? Y al dirigir la mirada hacia levante, en las tierras de la amanecida se encuentra la República de Armenia, la cual, en el extremo occidental de Asia, aparece, junto a Georgia, como un enclave indubitablemente europeo, por muchas razones, pero sobre todo por su tradición cristiana.

Armenia, a donde el papa Francisco viajará a finales de este mes, viene reclamando desde hace tiempo el reconocimiento oficial de ese estatuto, es decir, ser miembro de la Unión Europea, pero esta no parece prestarle especial atención. España, ni se diga. Y eso que en la actualidad existe en ella una importante colonia de armenios. Pero es que, además, nuestro país no debería olvidar que durante siglos, movidos por la devoción a Santiago el Mayor, los armenios, provenientes de los territorios del antiguo reino de Urartu, han atravesado Europa, de un extremo al otro, para llegar a Compostela.

Si en el intento de definir qué es Europa, no se puede prescindir de la clave jacobea, porque ha imprimido carácter, es preciso decir que Armenia, por su multisecular frecuentación compostelana, lleva esa impronta. Ahora bien, cabe preguntarse por qué se halla tan arraigada en el pueblo hayk la veneración hacia Santiago el Mayor. Y la respuesta se encuentra en el barrio armenio de Jerusalén.

La visita al Santo Sepulcro, a la tercera estación del Vía Crucis, a la tumba de la Virgen en Getsemaní o a la basílica de la Natividad en Belén, con motivo de un viaje a los Santos Lugares, ha brindado a muchas personas la ocasión de establecer contacto con una comunidad armenia. Vestidos con amplias sotanas y tocados con gorros de remate cónico forrados de tela negra que cae, a modo de falda, hasta los omóplatos, los sacerdotes y monjes de ese pueblo y rito transitan por las calles de Jerusalén bajo la mirada de palmeros y turistas que los observan con indisimulada curiosidad.

Un recinto amurallado, en la parte alta de la Ciudad Antigua, es la sede de la administración eclesiástica y el centro neurálgico desde el que se regula la vida cristiana de cuantos en aquellas tierras tienen al patriarca armenio de Jerusalén por jefe espiritual; este, en comunión con el catolicós de Etchmiadzin, el de Cilicia, el patriarca de Constantinopla y otras dignidades jerárquicas de la Iglesia apostólica de Armenia, ejerce el ministerio pastoral revestido de gran autoridad y sus decisiones son acatadas con religioso respeto por los fieles.

Los muros de esa fortaleza urbana, anclada en una parte del monte Sión cristiano, custodian recuerdos de los últimos momentos de la historia terrena de Jesucristo, pues se dice que en aquel lugar habría estado la residencia del sumo sacerdote Anás; y no muy lejos, la de Caifás. De ahí que, siguiendo la tradición y el parecer de los arqueólogos, que sostienen que allí se encontraba el distrito aristocrático y sacerdotal de la Jerusalén de entonces, acudan los viajeros a ese punto de la Tierra Santa para evocar en él la comparecencia de Jesús ante el Sanedrín.

Sin embargo, el edificio más importante de cuantos componen aquel conjunto de construcciones civiles y religiosas es la Iglesia patriarcal de Santiago, cuya factura medieval impide que el visitante se haga una idea de cómo pudo haber sido la casa que, en el siglo I de nuestra era, se alzaba sobre aquel solar. En ella habría morado Santiago, primer obispo de Jerusalén. Esta tradición inveterada entre los armenios ha coexistido durante siglos con aquella otra que mantiene que en ese mismo emplazamiento habría sido conservado el cráneo de Santiago, hijo de Zebedeo y hermano de san Juan.

Dos relatos escritos en lengua armenia, "Historia del apóstol Santiago" e "Historia de los apóstoles de Cristo, Santiago y Juan, hijos del Trueno", dan cuenta de las penalidades misioneras de Santiago el Mayor y su infructuosa labor evangelizadora en la península ibérica, del regreso a Jerusalén, de la condena a muerte y de la degollación, del lugar en que quedó depositada la cabeza y de la llegada de su cuerpo acéfalo a España.

Vistas estas tradiciones locales y documentales, no resulta extraño que, tras el hallazgo de los restos del hijo de Zebedeo en Galicia, no hayan dejado de peregrinar armenios a Compostela. El primero, que se sepa, fue, a finales del siglo X, el eremita Simeón. Su cuerpo reposa en la abadía de San Benedetto in Polirone, en Mantua.

En el siglo XI, una princesa armenia llegó a Compostela con el fin de postrarse ante la tumba del Apóstol. De regreso, y en tierras portuguesas, fue tomada a la fuerza por don Mendo Alão de Bragança, señor del lugar, que se casó con ella. De ese matrimonio se guarda recuerdo en la historia de los linajes de Portugal, pues sus nietos Fernão, Ruy y Nuno Mendes, combatieron contra los musulmanes en la batalla de Ourique, en 1139.

En los siglos XI y XII debió de ser frecuente ver peregrinos armenios por Compostela, pues en el "Codex calixtinus", en el himno atribuido a Fulberto, obispo de Chartres, se lee: "Armenios, griegos, pulleses, anglos, galos, dacios, frisios, naciones, lenguas y tribus acuden con donativos". Y se ve que la afluencia se mantuvo, pues parece que, a principios del siglo XIV, había en Compostela un hospital para armenios, donde podían celebrar los ritos propios y hacer los rezos valiéndose de libros litúrgicos escritos en su lengua materna. A finales de esa misma centuria, también el rey Levon, o León, último monarca del reino armenio de Cilicia, visitó el sepulcro de Santiago el Mayor.

No faltan testimonios de peregrinos armenios que, en siglos sucesivos, refirieran las vicisitudes de su viaje a Compostela. Mas no basta sólo con dejar constancia de un hecho que, como se ha visto, viene dándose casi desde los orígenes de la tradición jacobea hispana. Lo realmente significativo es que ningún otro pueblo de Asia ni de cualquier otro continente que no fuese Europa ha mantenido con semejante constancia tales vínculos de fe con Compostela.

Así pues, quienes conceden la patente de europeidad deberían tener en cuenta que la Calle Mayor de Europa, que es como ha sido denominado el Camino de Santiago, tiene su extremo oriental en el monte Ararat, a cuyos pies se hallan las tierras que, según el Génesis, purificadas por las aguas del diluvio, aparecieron a los ojos de Noé, cuando salió del arca, como primicias del mundo nuevo; aquellas en las que, a principios del siglo IV, sus pobladores se erigieron en primera nación cristiana de la historia. Ha sido, por tanto, su ejecutoria cristiana, con sello jacobeo, la que ha hecho de Armenia una parte de Europa, y es de justicia que se le conceda el estatuto que solicita, pues posee títulos históricos más que suficientes para ser miembro de pleno derecho de la Unión Europea.

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