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MÚSICA Orquesta Filarmónica

Ernesto Mateo y Jorge Robaina dirigidos por Jaime Martín

Con el título Escuchando al mar, la tierra duerme, estrenó la Orquesta Filarmónica una refinada página para cuerdas del compositor grancanario Ernesto Mateo. Otro paso en la fecunda colaboración del conjunto y la Asociación Promuscan, recibido con entusiasmo por el público. Mateo diseña de mano maestra un paisaje de sonoridades ténues, muy rico en ideas armónicas, del que emergen temas alternados entre la recreación física y su reflejo espiritual. El descriptivismo marino se expresa ingeniosamente en la móvil oposición de violines primeros y segundos, que por momentos parecen sonar en claves diferentes y tempi contrapuestos. Las cuerdas graves despliegan su poder sugeridor en cantos fragmentarios y responden al llamado de las agudas, entre otros efectos con glisados sobre el mástil de los violonchelos, signo de un ocaso del que brota, muy diluida y espaciada, la melodìa del arrorró canario como símbolo de la tierra dormida. Signos y sìmbolos funden su sentido en un poema sonoro extraordiariamente expresivo. En definitiva, una pieza magnífica que diversifica el imaginario del joven autor.

Otro grancanario, el pianista Jorge Robaina, fue solista de dos obras llenas de motivos étnicos. Primero, la Rapsodia sinfónica de Turina, que remonta en los arcos el vuelo del nacionalismo andalucista con desarrollos de decantada belleza y un grafismo del solo ambicioso pero contenido. Después, la no menos rapsódica Africa de Saint-Saëns, mirada sobre los tòpicos del africanismo mediterráneo que carga en el piano exigencias virtuosas de enorme dificultad, no siempre bien ajustadas por la batuta. Vigoroso, seguro y brillante, el intérprete recibió ovaciones de lujo, premiadas con el cuarto Preludio en sol menor de Bacarisse, uno de los compositores de la Generación de la República que él cultiva y reivindica con excelencia.

El director invitado, Jaime Martín, presentó dos piezas orquestales muy diferentes; la Sinfonía en tres movimientos de Stravinski (gran trabajo del viento-madera y el piano) y la Segunda de Beethoven. Versiones vitalistas y bien ritmadas, pero querenciosas de mayor refinamiento. El maestro opta por el "sonido grueso" que opaca la esbeltez del ruso y masifica el trazo beethoveniano cuando el genio romántico (1880, 30 años) aún no ha roto por completo el cascarón clasicista. No es coherente combinar el pequeño timbal de Haydn con seis contrabajos y una secciòn de arcos de la que sobraban unos cuantos.

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