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TEATRO Hamlet

Nueva visión de un clásico

Cuando se asiste a la representación de una obra teatral como Hamlet, que hemos visto escenificar innumerables veces, e incluso ha sido interpretada en el cine por los mejores actores, es imposible no comenzar a hacer comparaciones. Pero al comprobar desde el principio que estamos ante la visión novedosa y sumamente original de este clásico no perdemos la esperanza de poder ver una interesante versión de una de las obras más representadas de la historia.

En el comienzo vemos que la escenografía ha sido reducida a un techo y una pared en el fondo que hacen la función de una habitación, y los diferentes escenarios de la obra se crean en esa estancia a través de cortinas etéreas que funcionan de pantalla sobre las que se proyectan todo tipo de imágenes. De este modo se sustituye el espacio histórico y realista en el que estamos acostumbrados a ver la obra por uno onírico, casi fantástico, y la tradicional línea narrativa realista se transforma en una sucesión de pensamientos y acciones del protagonista. Más adelante comprobamos asombrados como la superficie que hace de techo desciende hasta el suelo para convertir el escenario en un cementerio, a lo que se añade la sugerente atmósfera de luces y sombras que envuelve a los actores.

Pero cuando la puesta en escena alcanza el rango de la genialidad es en la obra teatral que se representa ante los reyes, porque mediante una hábil y curiosa argucia son los mismos actores que hacen de los monarcas quienes interpretan la función.

En cuanto a los diálogos, afortunadamente se ha respetado el tradicional "Ser o no ser, esa es la cuestión" del soliloquio de la escena del convento, tan alterado en otras versiones que han buscado ser originales cambiando la tradicional traducción de esas líneas por "he aquí la gran duda, he ahí la cuestión, he allí el problema", pero sin embargo si se han alterado ligeramente otros elementos menos conocidos, como que Hamlet no diga a Ofelia que se meta en un convento, sino que se haga monja.

Israel Elejalde logra ponerse en la piel del príncipe de Dinamarca, acompañado por un elenco que sorprendentemente consigue estar a su altura, entre los que destacan Daniel Freire y Ana Wagener, soberbios en los papeles del rey Claudio y Gertrudis, y Ángela Cremonte, solvente como una curiosa Ofelia que enloquece transformándose en la aspirante a un concurso de talentos. Todos consiguen que las dos horas y veinte minutos que dura la pieza más larga de Shakespeare parezcan pasar en un instante.

Pocas veces se ha ajustado el vídeo, la fotografía y la iluminación en una combinación de acabado tan perfecto y belleza tan prodigiosa. El Hamlet de Miguel del Arco consigue ser fiel al texto original, pero a la vez se aleja de todos los convencionalismos de las representaciones de la obra más famosa de la literatura occidental, con lo que se trata de uno de los hitos del teatro de este año. Esta es la primera pieza de Shakespeare que adapta La Compañía Nacional de Teatro Clásico, estoy esperando impacientemente a la próxima.

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