Si entre el torbellino de encuestas Felipe VI impulsara un partido sería una opción estable, agradable y confortable para obtener cierto respaldo. O al menos así se desprende de la aceptación que logra su monarquía de dos años frente a la locura trepidante que se masca entre las filas obvias, negadas por detrás y por delante a ilusionarnos con algún pacto que despeje al abismo el bloqueo, eufemismo para no hablar de un tercer comicio mortal de necesidad. Imaginando que el esposo de doña Letizia conecta con la transversalidad socialdemócrata de Unidos Podemos, y que se incrusta ahí como como una corona extraña, caben las loas a su quehacer para transmitir a la sociedad algo diferente al safari permanente de su emérito padre. Iglesias, en su afán de lograr el mayor campo visual posible de votos, ni menta a la monarquía ni se mete con sus asignaciones. ni mucho menos pone al fuego un necesario referéndum para respaldarla. Yo no lo veo en el catálogo de Ikea, a no ser que me haya equivocado de habitación o de baño. Este rey de aire melancólico ha sabido quitarse de encima el destrozo perpetrado por su cuñado, y no se le ha caído el párpado para cambiar de cerradura La Zarzuela y dejar sin llave a su hermana, salpicada por la ingeniería financiera de su marido. Tras el 26-J tendrá que activar de nuevo los mecanismos para posibilitar una mayoría estable de gobierno, y ello frente a la que parece la clase política más irresponsable que haya tenido España durante mucho tiempo. Dicen los analistas que el cambio de percepción de la monarquía resultó inmediato desde el mismo momento en que Juan Carlos I se retiró a ver corridas de toros. Todo un ejemplo de transmigración del malestar que deberían aplicarse los partidos, cuyas organizaciones tendrían que penalizar al líder incapaz de llegar a un acuerdo de gobernabilidad y optar por un sustituto más capaz de sacar adelante una coyuntura tan exigida. Este fortalecimiento de la institución monárquica, muy currado por Felipe VI, desemboca en una reflexión para los que se abrigan con la bandera republicana: el volantazo del Borbón tiene su mérito, tanto es así que goza de una afortunada simpatía que diluye aquel juancarlismo de amigotes. No crece junto al dictador, tiene muy claro que España está cambiando, puede ser hasta un rey republicano y es consciente de la contribución del PP a la desigualdad y al éxodo de profesionales.