La Provincia - Diario de Las Palmas

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A la intemperie

Gastritis

Imagine que es usted crítico de libros y que cada semana, durante meses, debe comentar la misma novela. A lo mejor consigue que las tres primeras reseñas resulten originales, pero qué decir de ella después de dieciocho críticas. Tal es la situación actual de los comentaristas políticos. Se levantan cada día con la mejor voluntad del mundo, se asoman a una realidad idéntica a la de ayer y a la de anteayer, y luego se sientan frente al ordenador dispuestos a escribir el artículo de hoy, que debería ser distinto al de mañana. La realidad se puede repetir; el análisis político, no. Por eso los expertos agradecen cualquier cambio, por previsible que resulte. Que la CUP, sin ir más lejos, no apruebe los presupuestos.

Pero cambios, lo que se dice cambios, hay pocos por no decir ninguno. Se asoma uno al tablero y ahí siguen los cuatro (Rajoy, Rivera, Sánchez e Iglesias), de guardia, en la misma casilla en la que se encontraban cuando nos fuimos a la cama. Nadie ha movido ficha. Es un milagro que sin dejar de ir de acá para allá continúen en los mismos lugares. ¿Qué escribir, pues? Del debate moderado por Évole en La Sexta, por ejemplo, lo único que llamaba la atención era el sudor del candidato Rivera. No podía uno dejar de mirar las manchas de humedad que aparecían en la camisa, bajo las axilas, y que avanzaban hacia el pecho del candidato a velocidad de vértigo. También llamaba la atención el sudor de su frente. Este dato orgánico no debería formar parte de un análisis político, pero dado que sus palabras carecían de interés y que los usuarios no podíamos cambiar de canal sin riesgo de perdernos algo interesante, no nos quedaba otro remedio que decírselo a la esposa. O al marido.

-Cómo suda.

Tampoco de Iglesias escuchamos nada sorprendente, pero como no sudaba ni se metía el dedo en la nariz, resultaba más difícil analizarle. De manera que cada día, al abrir la prensa, busco los artículos de los politólogos, para ver si han logrado decir algo nuevo sobre una realidad vieja. Y algunos lo logran, ¡qué mérito! Es como si un crítico gastronómico tuviera que escribir una nota diaria sobre el mismo cocido. Acabaría con gastritis.

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