Todavía resuena el eco periodístico de la frase que le dijo Nixon a From durante una célebre entrevista, llevada al cine para disfrute de los mitómanos del Watergate. Harry el sucio, más avinagrado que nunca, confesó ante una audiencia bestial, quizás la más grande que ha estado frente a una televisión, que había ciertas cosas del Estado que los ciudadanos no debían conocer. Se refería a las malas artes para acabar con los opositores, ya fuese con grabaciones, con informes guarros o con el disparo de un francotirador pagado a medias entre la mafia y los anticastristas. Uno de estos asuntos X que no debería llegar a la barra del bar sería, por supuesto, el contenido de las conversaciones entre el ministro del Interior y un alto cargo catalán contra el fraude para acusar de presuntos delitos a relevantes nacionalistas. Dicho así sugiere la idea de una guerra sucia contra el process, de forma que mientras suena el mazo del Constitucional con sus directrices dedicadas al cumplimiento de la legalidad, en el más allá de un despacho dos tipos entrecruzan sus intereses para cercenar de raíz la hipótesis de una autodeterminación. A los que no deberíamos de enterarnos de estas corrientes que bajan por las cloacas nos resulta extraño, indigerible, que todo un ministro diga que Rajoy, su presidente, va a tener constancia de la mierda. "Es un hombre discreto donde los haya. Por supuesto, su mano derecha no sabe lo que hace su mano izquierda". Máxima verbal, refranesca en otros casos, que subraya (cada uno la puede interpretar a su libre albedrío) el rechazo a presumir de lo que se hace, muy dedicada al cristiano que dona su limosna y que mantiene la reserva más absoluta sobre su acción. Inquietante pues el asunto al aplicarlo a tramas parapoliciales, manejos de intramuros y mariposeos varios en torno a la razón de Estado. Pensemos siempre que los que se bañan en las aguas del poder sin justificación nunca o casi nunca (siempre quedan las memorias) reconocen que se pasaron por las ruedas del molino las garantías constitucionales, sino más bien que cumplían una misión ante la que les había colocado el destino, un desafío que merecía la utilización de todas las armas posibles, y que la Historia (con mayúsculas) los terminaría absolviendo, entendiendo finalmente la razones que les llevaron a obrar de tal manera. Son tramas de lealtades firmadas con sangre, donde lo más alto de la pirámide quedará a salvo de las veleidades terrenales.