Como era previsible, a medida que se acerca el fin de la campaña electoral se intensifica también la siembra del miedo ( el "miedo a los malos" como dice el señor Rajoy mientras señala con el dedo a la coalición de Unidos Podemos). Es un recurso tan viejo como el mundo y no hay época de la historia que no haya sido utilizadA a conveniencia de quienes lo expandían. De hecho, vencer al miedo ha sido de siempre uno de los rasgos característicos de aquellos que aspiran a conquistar el liderazgo. Algunos personajes históricos (Juan sin Miedo, Carlos el Temerario, Felipe el Audaz, etc) merecieron sobrenombres referidos a esa virtud heroica y sirvieron, a su vez, de inspiración para construir prototipos literarios que luego se hicieron famosos. Como en el conocido cuento de los hermanos Grimm que nos habla de aquel joven que salió de viaje en busca del miedo porque nunca lo había sentido. El muchacho supera todo tipo de pruebas y acaba casándose con la hija de un rey como recompensa a un valor extraordinario. Al final, acaba sintiendo lo que es el miedo cuando su mujer, hallándose dormido, lo despierta arrojándole sobre la cara una jarra de agua helada. Y es entonces, ante la sensación sorpresiva de lo desconocido, que experimenta aquello que había venido buscando infructuosamente. "Nada teme más el hombre", escribe ElÍas Canetti en el inicio de su libro Masa y poder- que ser tocado por lo desconocido". Miedos, individuales o colectivos, hubo muchos, porque es un sentimiento adherido a la naturaleza del hombre desde el principio de los tiempos; y ya reconocía Sartre que "Todos los hombres tienen miedo y el que no lo tiene no es normal". E incluso prevenirse contra el miedo, buscando una seguridad imposible, es muy complicado, amen de costoso. En un muy instructivo trabajo sobre El miedo en Occidente, el historiador francés Jean Delumeau alude en el primer capitulo de su obra a la fuerte impresión que experimentó Montaigne en el año 1580 cuando, de visita en la ciudad de Augsburgo, pudo comprobar el sofisticado mecanismo de seguridad que se había construido allí para ponerse al abrigo de visitantes peligrosos. Tras la puesta de sol, el visitante debía de atravesar sucesivamente cuatro pesadas puertas, un puente sobre un foso, un puente levadizo y una barrera de hierro, amen de pagar un peaje en el último de los controles. Este era el dispositivo que estaba a la vista porque oculto bajo él había un amplio recinto capaz de albergar a quinientos soldados, muchos de ellos a caballo, dispuestos para la batalla en caso necesario. Los tiempos eran azarosos y había que estar prevenidos contra cualquier contingencia. Yo no digo que Rajoy, y el amplisimo sector mediático que le es afín, haya levantado a su alrededor una fortaleza semejante para encerrar a un electorado temeroso del asalto de los podemitas. Pero que ha intentado sembrar el miedo a esa posibilidad es evidente. Y no es el único en advertir del supuesto peligro que corremos todos. Un reciente académico de la lengua escribe lo siguiente: "En España se afianza una gente peligrosa, apoyada por millones de ciudadanos que ignoran por completo las intenciones de Podemos". Peligrosos e ignorantes. Insultar es gratis.