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Reflexión

Tras el 'brexit': dos Europas

La crisis económica que se inició en 2008 en EEUU para extenderse rápidamente a todos los países de occidente afectó de forma muy diferente a los estados de la zona euro y aunque ya ha sido superada en los países del norte, sigue golpeando a los del sur. Desde el principio hubo economistas que vieron en los efectos provocados por los movimientos financieros liberalizados el fin del sistema capitalista en su versión neoliberal, pero hoy, transcurridos ocho años desde la caída de Lemman Brothers, no sólo el sistema no ha desaparecido sino que se ha reforzado introduciendo una serie de cambios en algunos de los fundamentos que comenzaban a escapar de su control. Es el caso de los precios del petróleo y de la mayoría de las materias primas que se redujeron un 75% en un año, con importantes repercusiones económicas y políticas en los países productores, tanto árabes como latinoamericanos.

También en la UE el sistema ha aprovechado la coyuntura para "poner orden" en las economías del sur que sobre calentadas por la masiva llegada de fondos europeos se dieron a determinados excesos incurriendo en importantes desequilibrios fiscales. Soy de los que discrepan de la política de austeridad que Alemania impuso al resto de socios-euro para salir de la crisis aunque hay que reconocer que como principal economía de la zona, su empeño en mantener el euro como moneda común ha sido clave para evitar males mayores que podrían haber causado la caída de Grecia y la probable reacción en cadena. Había otras posibilidades pero la realidad es la que es y hoy cuando tras no pocos sufrimientos comenzamos a salir de la crisis, otro evento nos lleva de nuevo hasta el borde del abismo: el abandono de la UE por la Gran Bretaña. Un acontecimiento que tendrá importantes repercusiones para los británicos y nos obliga a replantearnos la agenda y la urgencia de nuestras prioridades dentro de la zona euro.

Dos Europas se vislumbran ya, pero no la rica del norte y la menos rica del sur sino la del euro -con pobres y ricos- y la más amplia del mercado único europeo donde cabemos todos y donde es posible que siguiendo el ejemplo inglés, otros países reclamen su propio estatuto especial. Un proceso que llevaría a una Europa "a la carta" imposible de extender a los países que disfrutan del euro, sometidos a las reglas y disciplinas que impone la moneda común.

Cabe recordar que con la llegada de la crisis financiera USA a las playas europeas transformada ya en crisis económica, las primeras reacciones de los gobiernos nacionales fueron de desconcierto. En seguida se pusieron de manifiesto las carencias del andamiaje del euro para hacer frente a la histeria de los mercados financieros, la inexistencia de una autoridad económica común, la lentitud en la toma de decisiones y un largo etc. que pusieron de manifiesto las carencias del euro y situaron a la opinión pública al borde del pánico. Sólo en la ordoliberal Alemania, con la economía recién reformada para hacer frente a su reunificación no hubo pánico, sino rabia y decepción. Rabia porque como principal economía europea no había sido bastante diligente para impulsar la conclusión del sistema euro antes de que se produjese una crisis y decepción cuando la sacudida económico-financiera puso en evidencia los excesos del resto de las economías del euro, cuando no las vergüenzas como en el caso de Grecia.

No hubo reacción comunitaria entonces, la Comisión no disponía de los instrumentos necesarios para actuar. Los estados podrían haberlo hecho desde el Consejo, a través del Eurogrupo, pero no fue así y ante el desconcierto reinante Alemania y Francia, Merkel y Sarkozy, dirigieron las primeras actuaciones que paulatinamente fueron mostrando el predominio alemán en ese liderazgo de las dos principales economías del euro. Desde entonces planea la sombra de Alemania sobre todo lo que se hace en relación con el euro, tanto desde las instituciones comunes que ahora ya se han dotado de nuevos instrumentos, como desde el BCE erigido en el último lustro como salvador y defensor de la moneda común. El liderazgo alemán ha planteado algunos problemas derivados de su mayor peso relativo en el conjunto de la economía europea, hoy reforzado por el abandono de Gran Bretaña. La importancia de la economía alemana y la falta de una autoridad específica para la gestión de la zona euro, facilitaron que sus tesis se impusiesen en la mayoría de las ocasiones. Habrá que considerar también que tras la salida de Gran Bretaña, Francia queda como el único país de la UE que es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que también refuerza su papel sobre todo desde el punto de vista político.

Todo ello plantea una cuestión fundamental en relación con el liderazgo necesario para seguir adelante con el proceso de integración hacia la unión económica y monetaria, que lógicamente implica avances significativos hacia la unión política. Si por carecer de los instrumentos adecuados se descarta el liderazgo cooperativo en el que la iniciativa corresponde a las instituciones comunes, lo que aparece como más probable en las condiciones actuales, nos quedaría el liderazgo germano-francés con el que los dos grandes países del euro deben indicar el camino a seguir al resto, tal como lo vienen haciéndo desde que estalló la crisis. En este momento es quizá la única solución ya que los problemas del euro no conciernen a todos los miembros de la UE y el Eurogrupo no existe como institución sino que es un subgrupo del Ecofin (Consejo de economía y finanzas). Nos queda pues esperar que Alemania y Francia sean capaces de ponerse de acuerdo sobre una agenda de asuntos urgentes para dar los pasos definitivos hacia la zona monetaria óptima, dotándola de una autoridad de gobierno común, única y específica, que devuelva al liderazgo cooperativo la gestión económica de la zona euro. Ello conduce inevitablemente a institucionalizar dos niveles de integración en la UE. Dos Uniones incluyendo una a la otra, pero diferenciadas por el grado de compromisos y obligaciones mutuas entre los socios. De todo ello conviene comenzar a hablar sin disimulos ni limitaciones porque ese es el futuro. La distinción implica, como en el Consejo de economía y finanzas actual, dos tiempos, dos reuniones distintas: la de los países euro y la de estos con el resto. En cuánto a las instituciones comunes, tanto la Comisión, como el Consejo y el Parlamento europeo deberán adaptarse cuanto antes mediante una reforma de los Tratados.

Dos Uniones Europeas complementarias, con dos niveles de integración, cuya definición es urgente tras el lamentable abandono británico del proyecto común.

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