La salida del Reino Unido de la UE ha sido cogida al vuelo por el PP para alertar sobre el peligro que supone para la estabilidad de un país los populismos, y añade el PSOE: así acaban las propuestas de referéndum, e incluye entre las mismas la referida a Cataluña, sostenida en el programa de Podemos. Nunca es bueno amancebar fenómenos políticos distintos que germinan en sociedades diferentes, con culturas distanciadas a la hora de afrontar sus retos: es evidente que una consulta de estas características se hace para asumir riesgos y no para engañar a los votantes, es decir, se hace con la garantía de que un 'sí' puede desgajar Cataluña del resto de España pese a las consecuencias que ello pueda ocasionar. Otra cosa es la mayor o menor simpatía que obtenga: a muchos les puede parecer revulsivo tanto ombliguismo; sin embargo, no es razón suficiente para vetar un derecho. También podría salir adelante un 'no', y muerto el perro muerta la rabia. Pero lo más extraordinario es la reflexión del PP, porque en el caso de la 'sedición' de Gran Bretaña lo que hay detrás es un argumento de la derecha conservadora y no de un partido de izquierdas. Hay que tener claro que la desunión proviene de un ideario que defiende un concepto de insolidaridad con respecto a los socios, la mezquindad de pensar en sus propios y únicos intereses y una apuesta de la gerontocracia británica para evitar los costes de la Unión Europea. Y todo ello ha sido puesto en modo activo por un discurso reaccionario donde la defensa de lo más ultra ha ocupado posiciones preferentes. Es verdad que hay voces contra la carencia de empatía de la UE de Merkel con los ciudadanos, sobre todo por los ajustes en Grecia, Portugal o España. Pero no es lo único: Bruselas tiene un gran problema, que no es otro que el desembarco en los parlamentos europeos de grupos políticos que reavivan el discurso de la condición nacional, que camuflan sus afanes ultras para obtener victorias electorales, muchas veces con la advertencia a los votantes de un futuro incierto frente a la inmigración. Ahora, tras el triunfo del brexit es posible que se empiece a calibrar realmente cuál es el potencial de esta derecha, hasta dónde puede llegar, qué daños infringe, cómo se mimetiza, y lo más importante, qué capacidad de influencia tiene sobre el resto. ¿Debe revolverse la democracia ante elementos como Niguel Farage (UKIP), o debe estar por encima la 'sacrosanta' libertad aunque los efectos colaterales sean de los más perniciosos? Amanece un debate.