La Provincia - Diario de Las Palmas

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Los británicos y las Islas Canarias

Cuando el terremoto del brexit convierte al Reino Unido en algo así como una confusa e imprevisible terra incognita, se estremecen los profundos pilares del Canary Wharf, el gran centro financiero asentado en las cenagosas arenas del Támesis. A sus orillas arribaban hace siglos los barcos que, desde estas Islas, navegaban cargados de toneles de malvasía. Al paso de las centurias ha pervivido en Londres, hoy con mayor énfasis, el nombre de nuestra histórica referencia. Entre los siglos XVI y XVIII, la exportación de vinos a Inglaterra fue un activo comercio de lujo que enriqueció a los hacendados isleños y a los mercaderes británicos establecidos en el valle de La Orotava. A principios del XVIII se había desatado en Europa la Guerra de Sucesión en el trono de España. El Reino Unido se había situado del lado de los Habsburgo, mientras que España, estando ya en el trono el nieto de Luis XIV, y Francia apoyaban a los Borbones. En aquel tiempo, un mercante francés, armado con sesenta cañones que, en su navegación hacia la América española, hizo escala en las Afortunadas, percibió la presencia de dos navíos de línea ingleses que protegían a la flota mercantil de los vinos que, en aquellos días, zarpaba desde el Puerto de la Cruz con destino a los muelles del Canary Wharf y que precisaba seguridad en tiempos conflictivos. Años después, cuando los tratados de Utrecht, pusieron fin a la guerra, los británicos abandonaron rápidamente Tenerife y sus negocios vinícolas. Pocos regresarían y el sector entró en declive, pero, a pesar de ello, continuó siendo el comercio más importante de la isla durante aquella centuria.

La huella escrita de los vínculos de los británicos con las Canarias es muy explícita y detectable desde los tiempos en que Thomas Nichols, factor mercantil británico asentado en Canarias (segunda mitad del XVI), escribía que nuestra Civitas Palmarum es "una ciudad no solo hermosa, sino que sus habitantes son cuidados y bien vestidos" y que "después de la lluvia puede uno caminar llanamente con zapatos de terciopelo, porque el suelo es arenoso y el aire muy templado, sin calor o frío excesivo", hasta que, en el ecuador del XVIII, Thomas Astley dedicó un extenso pasaje a las islas Canarias en A New Collection of Voyages and Travels, de lo que me ocupé en un texto publicado, hace años, en la revista del Museo Canario. Cuando me invitaron a redactar unas líneas sobre nuestras tradicionales relaciones con el Reino Unido en el marco de la particular circunstancia de estos días, tuve la duda interior de si ello podría conectar con la actualidad, pero inmediatamente me dije: hay vida más allá del brexit y nunca está de más recordar estas vinculaciones intensas. Porque, en la historia contemporánea, los lazos y conexiones que tenemos con los ingleses son muy profundos, potentes y trascendentales.

En efecto, la construcción del Puerto de la Luz a partir de 1883, abrió una nueva etapa histórica para Las Palmas, y para la isla, en la que los ingleses tuvieron un gran protagonismo económico y social. Sus muelles (dique de abrigo o de Refugio y muelle de Santa Catalina) fueron construidos por una empresa británica, la compañía Swanston. En el acto de colocación de la primera piedra, el 26 de febrero, figuraba el lema God bless our work. Inmediatamente, importantes empresas mercantiles inglesas se asentaron en el ámbito portuario. La consignación de buques y el negocio del suministro de carbón a los barcos que arribaban a sus aguas fue lo que atrajo inicialmente su establecimiento. En 1984, Alfred L. Jones emplazó, junto al arranque del muelle grande, la estación carbonera Grand Canary Coaling. Siguieron las industrias de varaderos y de reparación naval, las actividades de tráfico interior de la dársena, los servicios mercantiles y bancarios, la exportación de productos hortofrutícolas y la industria del turismo. El propio Jones estableció una sucursal de la importante empresa Elder Dempster, de Liverpool y una delegación del Bank of British West Afrika. Los nombres de las empresas Miller, Blandy, Cory y un largo etcétera están en la memoria de la ciudad. Inglaterra era entonces la primera potencia mundial y el Puerto de la Luz sirvió a las exigencias navales del imperio británico en el occidente africano.

El nuevo escenario supuso una revalorización de la posición geográfica de Canarias y, particularmente, de esta ciudad. Naturalmente, hubo un añadido influjo social, que tan sutilmente reflejó nuestro gran Alonso Quesada. Los ingleses trajeron sus singulares costumbres, su British Club o el Hotel Santa Catalina y aportaron la práctica de deportes como el fútbol, el tenis o el golf. Sobre todo, contribuyeron también a la introducción de la tecnología moderna en las esferas del transporte y las comunicaciones. Este ciclo, perduró medio siglo, hasta la Guerra Civil española. Después, ya en la mitad del XX, los bellos trasatlánticos ingleses que recalaban en el Puerto admiraron nuestras retinas durante un cuarto de siglo. En Smoking-room y Las inquietudes del hall, Quesada testimonió, como nadie, aquel imborrable capítulo de la presencia inglesa en Las Palmas.

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