La noticia del brexit es un 'escenario catastrófico' que muchos en Bruselas esperábamos no encontrarnos. El resultado del referéndum no es del todo una sorpresa. Desde hace varias décadas somos todos testigos de una deriva política que se aleja de la ideología, es decir, de la promoción de aquellas ideas a las que se aspira, para reemplazarla por una estrategia cortoplacista y generosa en réditos electorales para los partidos: la demonización del otro. Ya sea 'Bruselas' que nos oprime, los inmigrantes que nos quitan el trabajo, o Cataluña, o el estado español que quieren perjudicarnos de tal o cual manera, el objetivo es focalizar la atención en un enemigo que se identifica como responsable de todos los males. En el fondo, todo se reduce a un principio muy simple: hay un culpable y una solución fácil, que es librarnos del culpable.

La pena es que la realidad es tozuda, y sobre todo compleja, y no se pliega a soluciones tan cómodas. Porque después de deshacernos del culpable, los problemas seguirán ahí.

Algo que personalmente he aprendido de mi experiencia en políticas europeas, tratando día a día con representantes de otros sectores y otros estados miembros, es que no hay soluciones sencillas, y que nadie está en posesión de la verdad absoluta. La Política, con mayúscula, es el arte de lo posible, del compromiso que maximiza el beneficio de la sociedad en su conjunto perjudicando lo menos posible a cada uno sus componentes. Eso significa que es imposible contentar a todo el mundo a la vez, porque cada cual ve la realidad desde su punto de vista, de lo que gana y lo que pierde individualmente en el momento. Y para qué engañarnos, la generosidad de miras no abunda.

Por eso los políticos son responsables de mantener la perspectiva global, la visión de estado o de Europa, y arrastrar, convencer, entusiasmar a sus votantes hacia proyectos a medio o largo plazo que mejoren las condiciones de vida de todos.

Desde hace años observo con desolación cómo 'Bruselas' se ha convertido en un ente abstracto y el origen de todas las decisiones incómodas o con mala prensa entre los votantes. Paralelamente, veo con estupor cómo los gobiernos nacionales se autoatribuyen los avances europeos, o bien los ignoran como si su consecución fuera algo caído del cielo en lugar de ser el fruto de mucho trabajo y mucha discusión. Es una deriva peligrosa. "Bruselas" ha sustituido a la Unión Europea en medios de comunicación y en la clase política. No existe "Bruselas", existe un proyecto político y económico que se llama Unión Europea. "Bruselas", "Europa" son los gobiernos de los estados miembros poniéndose de acuerdo, y el Parlamento que los ciudadanos europeos votan.

Es un proyecto imperfecto, con fallos y lagunas. Pero no perdamos de vista que sólo una entidad supranacional como la Unión Europea puede coordinar políticas conjuntas, dar coherencia al mercado interno, financiar programas a escala continental, promover proyectos de futuro a gran escala.

Espero que la salida del Reino Unido sea un revulsivo para todos: para que las instituciones europeas despierten de su autocomplacencia, para que los gobiernos y partidos políticos dejen de manipular a la opinión pública y apuesten por propuestas de futuro a largo plazo, y para que los ciudadanos exijamos honestidad y trabajo serio a nuestros políticos e instituciones.