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Crónicas galantes

La rebelión de los pitufos

Naciones tan improbables como Islandia o Gales gozan estos días de su minuto de gloria en Europa gracias al fútbol, deporte de masas que no deja de ser una metáfora de la política y de la vida en general. Los islandeses, que apenas son 300.000, han logrado reunir a once jugadores lo bastante aventajados como para llevar a su selección hasta los octavos de final de la Eurocopa. Es la rebelión de los pitufos.

De la insurgencia de los modestos había dado ya noticia el Leicester, un equipo de pueblo -y por tanto, del pueblo- que este año hizo la hombrada de ganar una Liga como la de Inglaterra, en la que teóricamente mandan los jeques árabes y los millonarios rusos con su talonario.

Ahora han confirmado esa tendencia a escala continental los galeses, los suizos, los eslovacos y los húngaros que, junto a la sorprendente Islandia, le disputan el trono a las potencias europeas de toda la vida.

Dadas las estrechas relaciones entre fútbol y política, el fenómeno bien podría equipararse a la ascensión de los nuevos partidos que no paran de comerle terreno a los históricos dueños del voto. Es el caso de Podemos, que gobierna ya en los grandes ayuntamientos de España; o el del cómico italiano Beppe Grillo que acaba de conquistar las alcaldías de Roma y Turín con su movimiento Cinco Estrellas, de nombre tan cervecero.

Casualmente o no, el auge de los partidos emergentes comenzó en las últimas elecciones europeas, del mismo modo que las selecciones hasta ahora marginales están haciendo eclosión en la Eurocopa.

Dos años después de que los neonazis, los xenófobos, la ultraderecha, la ultraizquierda y hasta un pintoresco Partido por la Independencia del Reino Unido asomasen la cabeza en el Parlamento Europeo, la Copa continental de fútbol está dando también cancha a equipos nacionales con los que nadie contaba. Algunos, como el de Islandia, con una población que no excede la de Vigo o la de Valladolid, un suponer.

Todo esto hace dudar de la vieja definición del balompié que en su día hizo el futbolista y filósofo británico Gary Lineker. "El fútbol", decía Lineker, "es un juego simple en el que 22 hombres corren detrás de un balón durante 90 minutos y, al final, siempre ganan los alemanes".

Alemania es, en efecto, la vigente campeona del mundo y suele dominar imparcialmente la clasificación de las finanzas y la mucho más importante del balompié. La selección teutona se mueve en el campo con la eficiencia de una fábrica dedicada a la manufactura de goles; pero eso no obsta para que en esta Eurocopa deba afrontar -como Italia, Francia o la poderosa España- la rebelión de los que hasta ahora ejercían el mero papel de extras en la película.

Más o menos eso es lo que ocurre con la política, que empieza a ser un trasunto del fútbol. Los partidos tradicionalmente condenados a la marginalidad han irrumpido con fuerza en el césped y, al modo de Islandia, le hacen frente al mismísimo Cristiano Ronaldo. Aquí, sin ir más lejos, las encuestas le conceden ya a uno de ellos el subcampeonato en las elecciones del próximo domingo, con grave demérito del partido socialdemócrata que durante más años gobernó este país.

Falta por saber si Lineker llevaba razón y al final, como de costumbre, gana Alemania. Pero emoción sí que le dan los pitufos al partido.

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