Si hemos de guiarnos por la cara de los protagonistas principales de la noche electoral, el gran derrotado fue la coalición de Unidos Podemos, que era el enemigo a batir por los otros tres contendientes, que se llamaban a sí mismos "constitucionalistas" (como si solo ellos respetasen la ley). En las imágenes que nos sirvieron las televisiones pudimos ver las caras serias, las caras largas, las caras tristes y el gesto desconcertado de los que acaban de suspender un examen que esperaban aprobar con nota. Todos ellos (o al menos una inmensa mayoría) gente joven que expresaba su estupor por la respuesta que daban los electores a sus propuestas políticas de limpieza en la gestión administrativa, lucha contra la corrupción y el paro, defensa de los servicios públicos esenciales y otra serie de medidas que hace unos años eran de elemental exigencia (incluso para la derecha socialcristiana) pero que ahora se han convertido en peligrosas demandas populistas. Ignoro cuál fuese la intención última de los cámaras que grabaron con minuciosidad aquella marea de espontánea decepción pero en cualquier caso no deja de producir una cierta ternura el espectáculo de una extensa masa juvenil (ahora se es joven casi hasta los 40) patentizando su frustración ante la realidad de un país al que todavía no parecen haberle tomado la medida. Y digo eso porque el día último de la campaña electoral el Instituto Nacional de Estadística publicó el dato estremecedor de que en España la cifra anual de fallecimientos supera por primera vez a la de nacimientos, lo que da una idea cabal del envejecimiento irreversible de la población. Una tendencia que irá a más en los próximos años dado el aumento de la esperanza de vida, el retraso de la edad en la que las mujeres tienen su primer (o único) hijo y muy posiblemente también una política migratoria cada vez más restrictiva si crecen las tendencias xenófobas. Somos un país de viejos y esa circunstancia (tan difícil de modificar) explica no pocos comportamientos sociales. En general, muy conservadores. Al día siguiente de la conmoción que supuso el referéndum sobre el brexit, no pocos analistas explicaron el sorprendente fenómeno por el voto de los abuelos y de la gente del rural. Michael Robinson, el conocido comunicador deportivo, dijo esto: " Alrededor del 70% de los jóvenes estaban a favor de quedarse y un porcentaje similar en los mayores de irse. Hemos visto como los abuelos han arruinado el futuro de sus nietos. Es la cruel verdad". Yo no soy sociólogo (profesión en auge pese a sus clamorosos fallos) y por tanto no tengo elementos de juicio para afirmar que en la sorprendente victoria electoral del PP en contra del pronóstico de las encuestas, pudieran haber jugado factores parecidos a los que describe Robinson. Pero fue perceptible en el ambiente que el miedo irracional a Podemos y a la juventud de su líder, influyeron negativamente. En vez de darse baños de masas con los jóvenes, Iglesias debería haber visitado residencias de ancianos y excursiones del Imserso. ¿No se dejó fotografiar Rajoy, en una campaña anterior, en la cola del paro a sabiendas de que un registrador de la propiedad en excedencia no correría jamás ese peligro?
