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El análisis

El populismo de Podemos

En la noche electoral sobrevoló la hipótesis de que el fiasco electoral de Unidos Podemos fue causado principalmente por el absentismo electoral o la huida del voto hacia otros partidos de una parte de sus afiliados y simpatizantes de IU. Pero es difícil aceptarla como factor único o primordial de esa bien calificada derrota electoral, dadas las expectativas que las encuestas habían despertado sobre su imparable ascenso. Más bien tiene uno la impresión de que ha sido la descalificadora campaña del miedo, cuyo potencial de temor ha aumentado con el triunfo del brexit, lanzada por los partidos de la derecha y el PSOE contra Podemos por su condición de fuerza política populista, el factor principal, amén de otros errores de sus dirigentes, lo que ha determinado ese fracaso electoral, grave si se tienen en cuenta sus expectativas, relativo si reconocemos que se ha convertido en la tercer fuerza política de España y parece que ha llegado para quedarse. El clásico recurso para provocar el miedo entre los votantes aludiendo al comunismo ha dejado ya de surtir efecto y es difícil aplicárselo a Podemos, que niega la existencia de derechas e izquierdas. Por lo que ese espantajo, el fantasma del Manifiesto Comunista, ha sido sustituido en nuestro caso, como si de un arma arrojadiza se tratara, por otro que es la calificación, con una connotación profundamente negativa, de Podemos como populista, pero sin entrar a definir y caracterizar qué es el populismo ni a qué clase de populismo se refieren. ¿Al de los narodniki rusos contra el zarismo, a los populistas norteamericanos cuyas ideas y medidas nutrieron después el New Deal de Roosevelt, al del APRA peruano de Raúl Haya de la Torre que denunció Julio Antonio Mella? ¿O ya en el siglo XX al populismo peronista argentino o al actual de las extremas derechas que ha surgido con la Gran Recesión en Europa, o al que defienden algunos de los actuales Estados latinoamericanos y con el que intentan sus gobiernos, entre fracasos y presiones, poner coto a los desmanes de las multinacionales que son en gran medida las causantes de la pobreza y desigualdad de sus poblaciones? Como es obvio, ese ataque ideológico a Podemos por su populismo no distingue de experiencias, formas, contenidos, orígenes de esa fórmula político-ideológica, esto es, no responde, por tanto, a una crítica racional que, claro está, no sería compatible con la propia función ideológica descalificadora de tales menciones.

La palabra populista se escupe, no se explica. Con lo que estamos en ese caso ante una situación que no es muy coherente: conocemos sí el programa de Unidos Podemos, pero quizás un sector importante del electorado lo ha votado o rechazado sin saber realmente cuál es el origen ni el contenido ideológico de fondo de la fórmula política populista que defiende Podemos. Esto es, en gran medida hemos sido populistas o antipopulistas sin saber realmente lo que esto supone. El de Podemos es un populismo de izquierdas cuya base teórica se encuentra en el pensamiento del politólogo posmarxista argentino Ernesto Laclau (y Chantal Mouffe, la politóloga belga, que ha sido coautora con él de algunos de sus más importantes libros). El populismo de Laclau se ha inspirado en los planteamientos del filósofo estructuralista marxista francés Louis Althusser, y en una apropiación del concepto de hegemonía (supremacía y dominio ideológico) del pensamiento del teórico marxista Antonio Gramsci. Y parte de una crítica del marxismo, que no es sino, en realidad, una crítica de la vulgata marxista economicista del estalinismo. Y, en el caso de Gramsci, de una distorsión de su pensamiento al aislar la hegemonía del contexto revolucionario y de lucha de clases que está en la base del pensamiento del pensador italiano. Para Laclau, las demandas surgidas de los diferentes campos de la sociedad, como ha ocurrido con las que ha provocado la Gran Recesión actual y el intento por la derecha de salir de ella a base de políticas de austeridad, pueden llegar a converger a través de una "construcción ideológica" y dar lugar a un nuevo sujeto político, el pueblo o la gente, con capacidad para poner en marcha una nueva época más democrática. Sujeto que se define también por su contrario: la casta. A la vez plantean una nueva forma de hacer política a través de una democracia directa 2.0 frente a la democracia liberal representativa y la hacen compatible con la existencia de un líder mediático que no representa a la gente, esto es, no carismático como en el fascismo, sino que es mero articulador de la narrativa que da forma al discurso populista. De todo lo anterior se deduce que este populismo que teoriza Laclau y en el que se inspira Podemos no tiene en realidad un contenido ideológico definido, sino que es una lógica política que atraviesa ideologías y propuestas políticas. En resumidas cuentas, el populismo podemita no busca reestructurar ni sustituir el orden capitalista, sino reformarlo dando satisfacción a todas esas demandas creadas por su propia evolución. Estamos, pues, ante un reformismo y no ante una ideología revolucionaria anticapitalista en mayor o menor grado. Es, pues, en ese contexto ideológico en el que tendrían explicación todas esas aparentes contradicciones, ambigüedades y cambios de programa que propalan sus críticos.

Del mismo modo que las afirmaciones ideológicas de algunos de sus principales dirigentes, como las realizadas por Pablo Iglesias sobre que no son ni de derechas ni de izquierdas, o acerca de su identidad socialdemócrata. Es difícil entender el acuerdo electoral al que han llegado un Podemos populista con una Izquierda Unida anticapitalista en estas pasadas elecciones. A no ser que haya sido concebido por parte de ésta como una mera estrategia electoral en busca de la mayoría social siempre buscada, nunca hallada y cada vez más alejada por parte de IU, además de una necesidad para su supervivencia. Porque, aunque coincidan en muchos objetivos concretos de su programa compartido, es claro que sus principios y finalidades son claramente diferentes, aunque sea a nivel de objetivos máximos, pero que, sin duda, también tienen alguna proyección en las políticas concretas inmediatas. Pero de ahí a convertir en tesis la hipótesis de que esas diferencias, difícilmente aceptables sin duda para un sector de los correligionarios y simpatizantes de IU, hayan sido la causa primordial de la "debacle" electoral de la coalición de izquierdas hay ciertamente, me parece, un gran trecho.

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