Pedro Ignacio Sánchez-Cuenca, politólogo, destacó en una entrevista al que firma lo peligroso que resulta un partido fundado y dirigido por colegas suyos de profesión, más que nada por aquello de que ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Podemos, y a ver si lo vemos de una vez con gafas de presbicia, ha pecado de exceso de politología, se ha pasado de frenada con su puzle y al final ha montado un siroco de ideas inconexas por el afán de Iglesias y Errejón de dar forma a un proyecto personalísimo. Ya se veía venir con la salida de tiesto de meter el programa en un catálogo de Ikea como representación de la socialdemocracia, a la vez que se escondía debajo del fregadero la hoz y el martillo que emponderó Garzón. Al final, los politólogos se hicieron un lío con la manguera de la transversalidad. Encima pusieron a Meri Pita (que ha espantado los votos de la capital) para subsanar el atolladero de Victoria Rosell, una candidata fallida, con buena perspectiva, pero que tenía un caso enterrado en el jardín. Los grandes líderes no olfatearon el asunto y no tuvieron más remedio que tragarse el sapo de retirarla, con lo que segaron de la noche a la mañana algo de sintonía con votantes que pedían más que actitudes vociferantes. Y ocurre, además, que la politología desconecta de la realidad, y al final ves imposible que todo lo que has puesto en la retorta pueda fallar: ¡Increíble! El siguiente paso es ordenar un estudio demoscópico, pues arrecia la incapacidad para ver más allá de ovejas descarriadas por el resplandor maléfico. Lo curioso es que el resultado electoral de Podemos no es un hundimiento, sino que ha tenido una progresión nada desdeñable desde que nació, teniendo en cuenta su juventud. Otra cosa es querer tocar el cielo, convertirse en segunda fuerza política, creer ver la presidencia del Gobierno a un tiro... ¡Y todo ello pese a estrenarse en las europeas de 2014! Humildad cero. Parece que desde el 26J campa un cóctel de psicosis y melancolía entre los morados: por un lado, se oyen tambores de purgas, de arramblar con "las malas hierbas" (dice Echenique), y por otro hay un escalofrío entre la dirigencia por si se monta un círculo (¿qué fue de ellos?) para exigir dimisiones (por ejemplo, los britos del Cabildo contra los pitos oficialistas). En fin, ¡que no haya voladura! Espero que los politólogos puedan estudiar en el futuro a estos politólogos tan audaces, tan expuestos a los eczemas de su antigua piel.