No quiero escribir sobre el presunto fracaso de las presuntas encuestas electorales y los sondeos a pie de urna. No quiero escribir sobre los debates aburridos ni sobre los inexistentes entretenidos. No quiero seguir enganchado de los informativos de todas las cadenas de televisión que se pasan la vida en el ombligo de nuestra triste realidad política. No quiero escribir acerca de lo que puede pasar en las próximas semanas, mucho menos especular con escaños de unos y de otros como si fueran fichas del Monopoly. No quiero escribir sobre lo que piensa Felipe VI del nuevo marrón que se le avecina aunque forme parte de sus obligaciones y, espero, en esta ocasión esté más pertrechado para aquellos que quieren ponerle siempre la zancadilla para que tropiece o incluso se caiga. No quiero escribir sobre los colegas que lo sabían todo antes de las elecciones, los cuales, confirmada su ignorancia y desaciertos, siguen empecinados en volverse a equivocar sin el menor sonrojo. No quiero escribir de políticos sensatos ni insensatos, mucho menos de los que no se consideran casta o de los que se consideran clase, y menos todavía de aquellos que apelan a la sociedad civil como si ellos fueran militares o extraterrestres, lo segundo más probable que lo primero. No quiero escribir sobre los británicos y la perplejidad que provocan convirtiendo en problema mayúsculo supuestas reivindicaciones minúsculas e ignorantes. No quiero escribir sobre fútbol, sobre ese conglomerado de gentes que han vuelto de Francia apesadumbrados por la derrota. No quiero escribir sobre el mal humor generalizado, sobre los gritos en las calles, en los bares, en los restaurantes, sobre los que no paran de hablar por teléfono en el AVE, sobre los que se quejan como razón de existir y los que se resignan como antesala de su propia desaparición. No quiero escribir sobre los gays, lesbianas, transexuales, bisexuales et alia, y las autoridades españolas de la Iglesia católica, sobre su perversa relación dialéctica constante, sobre su contradicción oculta, por la amenaza del castigo y por la maldición de sus actuaciones secretas. No quiero escribir sobre el horror que está en Oriente Próximo, sobre los millones de personas que se convierten en refugiados abandonados a su desgracia. No quiero escribir sobre el regodeo de la barbarie terrorista. Está claro, hoy no quiero escribir sobre nada ni sobre nadie.