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El callejón del gato

La cláusula Enrique VIII

La primera Acta de Supremacía (Act of Supremacy) fue promulgada en noviembre de 1534 por el Parlamento de Inglaterra durante el reinado del rey Enrique VIII. En ella se declaraba que el rey era "la suprema y única cabeza en la Tierra de la Iglesia en Inglaterra", y que la corona británica debería disfrutar de "todos los honores, dignidades, preeminencias, jurisdicciones, privilegios, autoridades, inmunidades, beneficios y bienes propios de esa dignidad". Pues bien, ahora que todo el mundo en Europa carga contra los ciudadanos británicos que votaron el brexit, por haberse dejado llevar por sentimiento irracionales, me atrevería a decir que xenófobos, que haberlos haylos, sin embargo me consta que hay muchos muy bien formados, que están absolutamente convencidos que una vez pasado este primer momento la salida resultará beneficiosa para Gran Bretaña y puede que no dejen de tener razón.

¿Cómo debemos afrontar la globalización? ¿Eliminamos las fronteras como pregonan algunos? Se equivocan los que piensan que la Unión Europea ha fracasado porque tras haber superado dos guerras mundiales ha sido el mayor proyecto político jamás vivido por Europa. Es evidente que el brexit está generando un clima de inseguridad que nos llevará mucho tiempo para restañar las heridas pero, dicho esto, también puede y debe ser una oportunidad para hacer más Europa. En estos últimos años la Unión se había quedado encasquillada con los hombres de negro, carceleros de la austeridad extrema, pero ahora es el momento de tomar decisiones valientes, en las que los políticos no nos regalen las frases que muchos quieren oír y que no llevan a ningún lado.

El líder inglés ultraconservador Farage se ha apresurado a declarar con un símil cinematográfico el pasado viernes como el Independence Day; el artículo 50 de la Constitución Europea prevé la salida de un país miembro y la maquinaria se ha puesto en marcha, donde ya Holanda, Dinamarca, la liga Norte italiana y... quién sabe si alguno más se apuntará a dinamitar el proyecto común. Hay que actuar para volver a conseguir la confianza de todos los pueblos de Europa, o sea, reformar o morir.

Estos días todos hablan solo de las consecuencias económicas, y está bien, pero no nos olvidemos de lo que va a suponer en la forma de vida que no va a ser tan dramática como algunos agoreros se apresuran a vaticinar para conseguir un titular más que otra cosa.

Vamos a pasar de un divorcio del Reino Unido a un matrimonio de hecho donde los lazos que se han formado desde el año 73 son más fuertes de lo que aparente parece.

Las élites europeas deberán tomar buena nota y pensarse si es bueno actuar como lo hizo Enrique VIII en su momento. ¿Hay alguien que piense que si se hubiese hecho un referéndum en Europa después de la Segunda Guerra Mundial se hubiesen votado a favor de la Unión, básicamente entre Alemania con Francia y Reino Unido? Es el momento de hacer política, no resulta un asunto baladí observar cómo por primera vez, no ya en el Reino Unido sino en el conjunto de Europa, se constata de forma tan evidente la profunda brecha generacional entre los votantes del último referéndum británico porque los jóvenes, en su inmensa mayoría, han apostado por permanecer en Europa.

En definitiva, lo que los británicos han sopesado es que el que no exista una buena razón para quedarse es una buena razón para marcharse y, que nadie se olvide de que el que mucho se despide pocas ganas tiene de irse.

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