La casualidad ha hecho que la misma semana se estrenen dos películas con similar temática: Demolición y Esperando al rey. En ambas se habla de la soledad del ejecutivo, de la sociedad de consumo y de la búsqueda de un sentido a vidas vacías. Y las dos no pueden tener un desarrollo más diferente: si la de Vallé se plantea desde las oscuridades, la nueva película de Tykwer, basada en un bestseller de Dave Eggers, se basa en un humanismo tontorrón plagado de gags.

Cuando el comercial Alan Clay (Tom Hanks) viaja a Arabia Saudí en 2010 a vender un sistema de videoconferencia por hologramas, no piensa que allí va a encontrarse una nueva etapa.

Se trata de trajinarnos el buen rollo de Tom Hanks, que se sobrepone a la crisis económica y a la crisis conyugal mediante el trato con extranjeros saudíes. Es decir, una bobaliconada que a ratos cae en ese discurso fétido que rellena novelas masivas como Come, reza, ama. Solo se disfrutan algunos de los sketches, propios de Ocho apellidos vascos (humor costumbrista entre provincias), pero todo se olvida por el tufillo de fondo. Da igual lo mucho que se esfuerce Hanks, el vehículo posthippie yuppie donde se ha montado no hay quien lo aguante.