La Provincia - Diario de Las Palmas

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En voz alta

Disparar al cáncer

El cáncer es un ser que nos habita. Si el ADN nos hace lo que somos, el de cada una de esas células que se rebelan se distingue del nuestro. Y es en ese ADN, el de las células del cáncer, donde se quiere encontrar la puerta para acabar con él. Es el empeño de la biología molecular, centrada en destripar el genoma del tumor y encontrar los fármacos que lo ataquen ahí donde es vulnerable. Hasta hoy los cánceres los denominábamos por su localización: de próstata, de pulmón, de mama. Sabíamos desde hace mucho que dentro de cada uno de ellos hay variedades: son los tipos histológicos. En el pulmón, por ejemplo, que sea de célula pequeña o grande y dentro de ellos muchas variedades, cada vez más no sólo por su morfología, sino también por la expresión de algún gen o por su comportamiento. De manera que esa cada vez mayor especificidad biológica y molecular hace pensar en tipos de tejidos cancerosos que asientan, o nacen, dentro de un órgano. Así la propuesta es ensayar terapias específicas contra esas mutaciones, o esas manifestaciones de las mutaciones, independientemente de en qué localización anatómica está el tumor. Es la propuesta de la biología molecular y de los fármacos biológicos para frenar o acabar con el cáncer. No cabe duda de que aprenderemos mucho de estos esfuerzos. Mentes creativas y suficientemente tercas unidas a inversiones millonarias están descubriendo casi cada día nuevos aspectos de la biología molecular más íntima del cáncer. Pero yo desde hace tiempo tengo la sospecha de que ése no es el mejor camino. Lo confirma James Watson, el que junto con Crick supo describir la molécula de ADN. Crick, después de enseñarnos el papel de ARN, se dedicó a estudiar el cerebro. Murió dejándonos un mensaje: para entenderlos tenemos que diseñar instrumentos que detecten el tráfico de neuronas, que por ser eléctrico viaja a la velocidad de la luz.

Los modelos que empleamos tienen que ver con el consumo de oxígeno, pero éste viaja con el torrente circulatorio, demasiado lento para identificar estructura y función. Watson, que ahora tiene 88 años, declaraba hace unos días que nunca había pensado que algún día tuviera que aprender el ciclo de Krebs. Se trata del proceso por el cual obtenemos energía a partir de la glucosa, grasa y proteínas, también del alcohol. Nos importa ahora el metabolismo de la glucosa. Esta substancia antes de penetrar en el ciclo de Krebs que la llevará a transformarse en CO2, agua y energía, debe degradarse mediante una enzima. A partir de ese punto, si hay oxígeno, se quema en ese ciclo, si no lo hay o no cuenta con la estructura en la célula que lo haga, se fermenta. De esa fermentación resulta ácido láctico que difunde a todo el organismo y acidifica la sangre. Su destino es ser metabolizado donde y cuando haya oxígeno. Pero en esta primera fase ocurre que, de la enorme cantidad de energía que acumula la glucosa y que se libera al degradarla, sólo se aprovecha la veinteava parte. Los deportistas interesados en la fisiología lo saben: es la fase anaeróbica, cuando el esfuerzo es tan grande que ya la sangre es incapaz de llevar oxígeno a esos músculos. Pero también saben que hay fibras musculares, las que denominamos de fuerza que siempre se contraen fermentando el azúcar: no tienen mitocondrias, las calderas donde se quema. Pues las células cancerígenas, al menos el 80% de ellas, se comportan así: no queman el azúcar. Son células muy ávidas porque no tienen ni límite en el crecimiento ni en su glotonería. Por eso en general crecen tanto. Y por eso consumen al cuerpo donde habitan, lo extenúan hasta su muerte. Ese extraordinario consumo de oxígeno nos sirve para detectarlo: basta marcar con un isótopo la glucosa y leer dónde se deposita. Es la técnica del PET, hoy muy empleada. Mientras la biología molecular busca las dianas en la estructura más íntima del cáncer, la bioquímica y la fisiología, disciplinas que florecieron ya en el XIX, tienen una visión más integral y funcional. Por qué no dirigir nuestros esfuerzos, o buena parte de ellos, a comprender mejor cómo es el metabolismo del cáncer y encontrar formas para frenarlo, para matarlo de hambre. Ésa es lo que piensa ahora Watson, quien cree que será una vía más fructífera que la de la biología molecular. Hay una tercera vía que es la de la inmunología. Como tal tejido ajeno ya a nosotros, nuestro sistema inmunológico puede detectarlo y armar una respuesta letal. Algunos defienden que ésta es la forma última con la que la terapia acaba con el cáncer. Por estas tres vías, que pueden ser confluyentes aunque se desarrollen en laboratorios o perspectivas diferentes, se puede abordar la lucha, hoy lejos todavía de ganarla, contra el cáncer. Nuevamente, el reto de la interdisciplinaridad.

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