La Provincia - Diario de Las Palmas

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En voz alta

Estado de alerta

A finales de 1985, Alfredo Fierro publicaba en el diario El País un artículo interesantísimo, una pieza filosófica que no tardó en convertirse, pese a sus escasas dimensiones, en todo un clásico del pensamiento hispánico. "Razón biográfica" era su título y concluía que este concepto aludía a "un dispositivo estructurado de esquemas generados en la experiencia". O, dicho de otra manera, más simple: uno es lo que ha vivido y experimentado a lo largo de la vida. Viene esto a colación porque, últimamente, quizás más de lo debido, se habla de la génesis de los partidos emergentes y, muy en especial, del origen, constitución y filiación ideológica de Podemos. Y es, entonces, cuando ha de recurrirse a lo meditado por el profesor Fierro, a su argumento de que la racionalidad es "una ordenación de experiencias". Pablo Iglesias, el todopoderoso dirigente del movimiento, es un individuo con un pasado, tanto en lo personal como en lo académico, que se funde con la iniciativa de una alternativa ideopolítica de nuevo cuño conocida por la mayoría. Lo que ya no se conoce con la debida nitidez es la razón biográfica del personaje, lo que, en suma, hace de la persona un activista social y político.

En su juventud, es decir, casi ayer mismo, Iglesias y sus correligionarios acudían a bastantes actos públicos con la única intención de reventarlos, de dejar en evidencia a un conferenciante (Rosa Díez, por ejemplo), humillar a los asistentes a una determinada convocatoria y, en todo caso, hacerse oír y manifestar un descontento que iba más allá de lo razonable y se situaba, por desgracia, en los amplios márgenes de la violencia ideológica y social. Era tal su atrevimiento que aún se paraban a justificar la legitimidad de su desfachatez. Todo podía haberse quedado ahí, en una ampulosa escenificación de protesta, pero es que, además, los integrantes del futuro populismo bruñían sus espadas académicas con sesudas monografías que consagraban las acciones violentas como medio para alcanzar los fines de la reforma social. En concreto, la tesis doctoral de Iglesias resulta ser un análisis sociológico de la oportunidad y validez del uso colectivo de la violencia para conseguir un cambio político.

Así, pues, Pablo Iglesias, y me temo que el resto de los componentes de la formación, admite la violencia organizada como generadora de cambios sociales. Todavía más, es un principio que está en lo oculto de su ideología, aquella que rechaza cualquier adscripción dentro de los modelos tradicionales de representación partidista. Y esto, por mucho que se quiera negar, constituye un perfil no muy distante del de los movimientos extremistas del siglo pasado, los que, con razón, figuran en la parte más negra de la historia de la humanidad.

Recientemente Beatriz Talegón, una política de la misma generación que Iglesias, ha puesto el grito en el cielo por algo que a uno, personalmente, no le causa extrañeza en absoluto. En las redes sociales, ha lanzado un mensaje de alerta porque, desde el entorno de Podemos, se está cuestionando el voto emitido en las últimas elecciones generales. Ya no es que no se reconozca la victoria palmaria de una opción política, sino que se procede a insultar, menospreciar y vejar a los que decidieron libremente que los populistas no dispusieran de su apoyo en las urnas. Llegan a dividir a los españoles por el sentido de su elección, amén de apostrofar duramente a los que no se avienen con su ideario. No son "los de arriba" y "los de abajo", el falaz binomio con el que pretendían captar al electorado indeciso, sino los españoles de primera y de segunda, los educados e inteligentes (los suyos) y los analfabetos e idiotizados (los otros). Una terminología de por sí repulsiva y antidemocrática, pero que ha prendido en la soflama podemita.

Los que tienen la bondad de seguir esta tribuna, sabrán que este fenómeno no es nuevo para mí; que, de algún modo, lo llevo presagiando desde meses atrás. Y, sin embargo, lejos de menguar mi preocupación, va en aumento. Como es costumbre, sólo puedo advertir y razonar dos peligros latentes: la parte oculta del movimiento populista, que ya lo es menos, y que apunta a una incipiente ideología de corte totalitario y, de otro lado, el desprecio y menoscabo de las libertades individuales que este extremismo supone para la sociedad española de hoy y de siempre.

No quería terminar así, pero echo mano de la razón biográfica de nuevo: mi abuelo materno, momentos antes de la declaración de la Guerra Civil, "desapareció" y fue enterrado en una fosa común sin que su familia de entonces, ni tampoco la de ahora, supiera el porqué. Unos más, otros menos, pero todos barruntamos que los diferentes, y él lo era por su conciencia y compromiso, no tenían cabida entre las filas de los intransigentes. Murió por la defensa de la libertad, por ser cristiano en una palabra, a manos de unos extremistas que ya lo habían apartado del común por su condición de "mal español". Han pasado los años y parece que seguimos sin aprender la lección.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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